En las últimas décadas, Chile ha sido una de las economías de más rápido crecimiento en Latinoamérica. Esto le ha permitido una importante reducción de la pobreza del 26% al 7.9%.
No obstante, la disparidad social continúa siendo su trago más amargo para poder subsanar su economía. Menos pobres pero más desiguales.
Ubicado en América del Sur, este país ocupa una larga y estrecha franja de tierra entre los Andes al este, y el Océano Pacífico al oeste. Tiene una superficie total de 756 102.4 km² y su población ya supera los 17 millones de habitantes.
El crecimiento económico interno de la nación depende principalmente de sus recursos naturales. La minería representa más de la mitad de las exportaciones chilenas, donde China, EE. UU. y Japón, son los destinatarios principales.
Hoy Chile es considerado un modelo de transparencia política y financiera en América Latina: una democracia estable, de instituciones fuertes y prosperidad económica. Se trata de una economía abierta, competitiva, orientada al libre comercio y con una fuerte política exportadora. Por lo tanto, no es casual que sea uno de los países que más Tratados de Libre Comercio ha firmado en los últimos años, entre otros con la Unión Europea, Estados Unidos, Corea del Sur, Canadá y China. Es más, entre 1990 y 2012, años en los que flaquearon las principales economías del mundo, Chile siguió creciendo y, durante las últimas dos décadas, ha sido uno de los países con mayor crecimiento promedio del producto interno bruto (PIB) per cápita en el mundo.
Para Aldo Lema, economista uruguayo-chileno (jefe del Grupo Security en Chile, integrante del Consejo Fiscal Asesor del país y socio de Vixion Consultores en Uruguay): “Chile es un muy buen ejemplo en términos de estabilidad macro por sus casi 20 años de regla fiscal acíclica, un banco central autónomo, su flotación cambiaria e inflación baja. Se suma a ello una elevada inserción externa con Tratados de Libre Comercio y políticas sociales focalizadas, que le han permitido alcanzar un alto desarrollo humano”.
El factor “Chicago Boys”
Para entender el proceso de desarrollo que ha vivido la economía chilena, es necesario remontarse a los años setenta, porque no hay duda de que, más allá de las reformas aplicadas en tiempos de democracia, el modelo económico chileno se basa, en gran medida, en las políticas neoliberales aplicadas bajo la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990).
Dicho modelo fue desarrollado por empresarios y economistas chilenos, seguidores de los postulados de Milton Friedman, Nobel de Economía en 1976 y asesor del fallecido expresidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Pinochet se rodeó de estos expertos, conocidos como “Chicago Boys”, porque varios de ellos se instruyeron con Friedman en la Universidad de Chicago.
Gracias a los lineamientos de este grupo asesor, Chile abrió su economía al exterior, dejando definitivamente de lado el tradicional camino del proteccionismo que se había impuesto previamente a la dictadura. Recordemos que el gobierno de la Unidad Popular (UP), con Salvador Allende a la cabeza, llegó a estatizar más de 500 empresas, incluyendo la del cobre, principal fuente de riqueza del país.
A partir de 1975, un año después de que comenzaran las reformas liberales, el crecimiento y la recuperación del país fue tal, que se le bautiza como el “milagro chileno”.
Entre 2014 y 2017, el crecimiento se desaceleró por el impacto de la caída de los precios del cobre sobre la inversión privada y las exportaciones, pero volvió a reactivarse en 2018. El crecimiento de 4.8% en la primera mitad del año refleja un repunte del consumo y la inversión privada, impulsado por salarios, bajas tasas de interés y mayor confianza empresarial. Asimismo, en 2018 se reanudó el crecimiento de la actividad industrial, gracias a los mayores precios del cobre y la producción minera. Las actividades no mineras, particularmente el comercio mayorista, los servicios comerciales y la manufactura, también avanzaron.
Para Aldo Lema, economista uruguayo-chileno (jefe del Grupo Security en Chile, integrante del Consejo Fiscal Asesor del país y socio de Vixion Consultores en Uruguay), un factor común de las tres economías más sanas de la región (Panamá, Uruguay y Chile) “es que han tenido un período de alto crecimiento en los últimos quince años.
En el caso de Chile incluso el crecimiento es mayor, en las décadas previas, desde mediados de los ochenta. Dentro de los pilares de ese crecimiento coinciden como factores la estabilidad macroeconómica, una orientación hacia el exterior en términos de apertura e inserción y la promoción de políticas e instituciones pro-inversión privada.
Actualmente, Panamá mantiene su proceso de alto crecimiento, Chile lo está recuperando después de un cuatrienio mediocre con la expresidenta Michelle Bachelet y Uruguay ha tenido una fuerte desaceleración por menor impulso externo y ciertos desequilibrios internos (elevada inflación, alto déficit fiscal y problemas de competitividad)”.
El desafío del desarrollo
El 17 de diciembre de 2017, Sebastián Piñera fue electo presidente por segunda vez (su primer mandato fue entre los años 2010 y 2014). Durante su campaña, Piñera, un político de centro-derecha y hombre de negocios, prometió un plan de 14000 millones de dólares para sus cuatro años de gobierno, con el propósito de reformar el sistema fiscal y de pensiones, al igual que promover la inversión en infraestructura, junto con aplicar recortes del gasto gubernamental.
Uno de los objetivos de su gobierno es implementar medidas de consolidación fiscal, manteniendo al mismo tiempo la inversión en educación, salud, transporte y energía. “Parte del estancamiento de Chile en ciertos indicadores sociales en los recientes años, estuvo vinculado a la subordinación del crecimiento a objetivos redistributivos, lo que llevó a una fuerte pérdida de dinamismo económico, deterioro fiscal y derrota política-electoral de la exitosa coalición de centro-izquierda. Desde 2018, está retomando un mayor crecimiento (4%) y eso ya se está reflejando en un mayor dinamismo de la inversión privada, el empleo y los salarios reales”, apunta Aldo Lema.
No obstante, si bien el manejo macroeconómico y fiscal responsable proporciona una base sólida para lograr un crecimiento más inclusivo, los expertos coinciden en que Chile requiere encontrar con urgencia un consenso que dé respuesta a las expectativas de la población, principalmente a la emergente y demandante clase media, ya que el país sufre de altos y evidentes niveles de desigualdad en la distribución de la riqueza, lo que constituye su gran “deuda histórica”.
Pese a sus números azules, Chile es considerado el país más desigual de la OCDE (Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico), porque el 10% más rico de la población tiene un ingreso 27 veces superior al 10% más pobre. Disminuir esta brecha es, sin lugar a dudas, el desafío más grande de esta nación.