Los animales no-humanos entre humanos: una equivalencia moral silenciada (Segunda parte)
Por:
Wilmer Casasola-Rivera
Bioeticista
Escuela de Ciencias Sociales, TEC
La condición social de los animales es amplia y no necesariamente favorable. Cuando hablo de condición social de los animales, me refiero a la condición a la que son sometidos por parte de las sociedades humanas. Una gran cantidad de animales son privados de vivir según sus propios intereses de comportamiento social, porque hemos creído que solo las sociedades humanas importan.
Una gran cantidad de animales sobreviven en un estado de vulnerabilidad y de terror debido a nuestras acciones. El ser humano ha determinado la vida de los animales a una existencia de consumo y exterminio masivo. Desde un ejercicio de poder social y de superioridad racional, sometemos a los animales a una permanente esclavitud a través de una cultura del terror. Un terror, un miedo, un estrés, una tristeza que negamos porque asumimos de forma gratuita y caprichosa, que son simples objetos de consumo y que su destino es servir a nuestros propósitos egoístas. Los animales son objeto de consumo para todo tipo de actividad humana: experimentación científica, explotación laboral, perversión sexual, alimentación, diversión cultural, casería furtiva, comercio o esclavitud exótica…
Quisiera hacer énfasis solo en tres puntos: la explotación laboral, la diversión cultural y la masacre de animales para satisfacer el paladar carnívoro humano.
La explotación laboral de los animales. Parece que no existe esquina en este planeta, donde los animales no sean objeto de explotación laboral diaria. La explotación laboral de los animales es una práctica cultural invisibilizada. Desde luego, nuestra racionalidad humana invisibiliza aquello que no le interesa resolver.
Muchos animales son sometidos diariamente a trabajo forzado, sin considerar su bienestar intrínseco. De forma delibera se niega el sufrimiento, el dolor, el agotamiento físico que experimentan estos seres vulnerables.
La condición social de estos animales se agrava porque hay un sistema cultural que potencia esta práctica. Por una parte, las personas que explotan directamente la vida de estos seres y, por otra, las personas que son moralmente indiferentes ante esa problemática social. Si pensamos en el diseño de políticas públicas, no todos los países están dispuestos a trabajar en este cambio. Muchos dirigentes políticos son indiferentes ante esta crueldad cultural.
Muchas personas, ante una pequeña dolencia física, como un resfrío, una garganta lastimada o un cuadro de estrés inducido, no dudarían en solicitar incapacidad médica por tres u ocho días. Luego, con cierta justificación moral, expresarían todas las dolencias físicas y metafísicas que impidieron realizar su encomiable labor diaria. Ahora, aplicando un principio de equivalencia moral, es decir, otorgarles a otros seres la capacidad de experimentar nuestros mismos intereses morales, cabe preguntarnos sobre su condición laboral diaria. ¿Qué pasaría si tu propia vida consistiera en realizar diariamente trabajos forzados por largas horas y sin descanso? No existe descanso para estas “bestias”. Ante la impasibilidad humana, estos animales parece que no experimentan cansancio, dolor o sufrimiento.
Argumentar que esto también le pasa o les ha pasado a seres humanos, solo demuestra nuestro conformismo con la normalidad dada, con el uso y abuso de poder, y con nuestra poca capacidad de acción ética. Pero, especialmente, esto demuestra lo que somos capaces como especie humana.
Los animales como diversión cultural. En muchos países se siguen utilizando animales en espectáculos públicos. Algunos son sometidos únicamente a estrés, pero otros finalizan el espectáculo en un charco de sangre, con una agonía silenciosa que los obliga a luchar hasta el último estertor de vida. Mientras este animal lucha por su vida, una gradería extasiada consume, patrocina y perpetua esta cultura del terror, anulando por completo la posibilidad de una equivalencia moral empática hacia otros seres vivientes. Estas son las corridas de toros sangrientas, aún vigentes en muchos países y legitimadas como un acto cultural. Países que aún se vanaglorian de este espectáculo de sangre y sufrimiento animal, son España, Francia, Portugal, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela.
Una gran cantidad de animales se utilizan en espectáculos públicos. Pocas personas reconocen que detrás de estas aparentes maniobras felices e inteligentes, lo que subyace es una práctica atroz que somete a los animales a una psicología del miedo que los obliga a domesticar su conducta a través del dolor y del terror. Luego, lo que parece un espectáculo de felicidad animal, esconde en realidad un dominio de terror que los obliga a comportarse de una forma que complace el hedonismo enfermo de una cultura humana, pero que relega a los animales a un mundo impotente de sufrimiento. El sufrimiento de estos animales se convierte en el objeto de nuestra felicidad.
A través de una equivalencia moral inversa, pensemos un mundo posible, donde asistamos a redondeles cuyo espectáculo consiste en corretear a otro ser humano desnudo para clavarle banderillas en la espalda y finalmente hundirle un machete filoso en el vientre para acabar con su vida. El llanto, las súplicas, el terror, las tripas que salen del vientre, la sangre que destila en esas arenas… Esto provoca un profundo frenesí el público. Y pueden ser niños, niñas, hombres o mujeres. Da igual.
A no ser que suframos algún trastorno severo, no nos complace este bodrio sadismo ¿Por qué entonces somos moralmente indiferentes ante el dolor agónico de estos animales? Milán Kundera decía que, si tuviéramos el poder de asesinar en silencio, la humanidad desaparecería en un instante… Una persona que disfruta de estos eventos de crueldad, ¿qué pasaría si tuviera el poder de asesinar en silencio?
El sacrificio de animales. Otro destino que hemos diseñado para los animales es utilizarlos como fuente de alimento. Aquí quisiera hacer una aclaración sutil, lo cual no justifica la explotación o maltrato animal. Los animales pueden tener dos destinos básicos: vivir para ser descuartizados o vivir para producir. En los países industriales, algunos animales son explotados como recursos productivos de forma atroz. En otros lugares, se utilizan recursos de los animales, pero sin ejercer un daño directo sobre ellos. Por ejemplo, la leche residual que producen las vacas en el campo o los huevos de gallina que no se incuban. Estos animales no están destinados explícitamente para la muerte y gozan de una mejor condición que los que viven exclusivamente en granjas industriales.
Si bien es cierto que existe una gran explotación industrial y, por lo tanto, sufrimiento en estos animales, quisiera ocuparme únicamente de los animales destinados a morir descuartizados.
Somos partícipes de una masacre animal cotidiana para satisfacer una supuesta necesidad alimentaria. Cada día miles de animales son sacrificados de forma brutal para satisfacer un deseo gustativo irracional. Nuestro apetito cárnico invisibiliza la realidad que experimentan los animales en un matadero. Los animales experimentan terror al ser conducidos a un lugar donde destila sangre y serán sacrificados. Ellos también lanzan gritos de angustia a través de bramidos que expresan el miedo a morir, pero que nosotros ignoramos deliberadamente. Nos cuesta pensar en una equivalencia moral, o quizás, no queremos pensar en una equivalencia moral o, peor aún, quizás no nos importa considerar una equivalencia moral entre la vida de los animales en un matadero y la nuestra en sociedad.
En las carnicerías y supermercados se exhiben los cuerpos de los animales descuartizados, y esto no nos inmuta. La matanza o sacrificio de animales se legitima moralmente en nombre de una supuesta dieta necesaria para nuestra supervivencia alimenticia.
Toda esta práctica en contra de los animales es resultado de nuestro especismo moral. El especismo es una actitud moral deliberada y arbitraria que considera inferior a toda especie no humana. Desde esta superioridad moral se ejerce un poder de dominancia sobre todas las especies y se justifica utilizarlas como objetos de consumo para beneficio humano. Esta taxonomía moral arbitraria reduce la vida de otros seres a simples objetos de consumo humano. El especismo, como cualquier otra postura moral, se asume de forma voluntaria. No siempre la moral que practicamos es una buena moral. No olvidemos que el ejercicio moral es el ejercicio de una costumbre. Examinar de forma madura y objetiva nuestras prácticas morales puede iluminar un poco nuestra capacidad de acción. Si continuamos con estas posturas morales, pese a que nuestras acciones provocan un daño, es porque no queremos llegar a una etapa superior de reflexión ética.
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