Un personalismo bioético despersonalizado con la vida animal
Autor: Wilmer Casasola Rivera,
Escuela de Ciencias Sociales, TEC
Quisiera verter algunas críticas al personalismo bioético y su relación con la vida animal no humana. Animales somos todos. Algunos, con un mayor grado de humanidad colaborativa.
El personalismo es una filosofía que se utiliza como referente moral en la doctrina católica. Por una parte, se pueden ubicar los planteamientos filosóficos del personalismo clásico, como los de Jacques Maritain (1882-1973), Gabriel Marcel (1889-1973), Emmanuel Mounier (1905-1950), Maurice Nedoncelle (1905-1976), etc. Por otra parte, el planteamiento puntual de Karol Wojtyla (Juan Pablo II).
La bioética es un cuerpo teórico de conocimientos que se alimenta de diferentes perspectivas. Existen bioéticas de corte confesional y bioéticas de corte secular. En términos sencillos, posiciones bioéticas que se basan en una doctrina moral religiosa y posiciones bioéticas que parten de criterios racionales y liberales. La bioética puede ser general o especializada. La bioética animal, es una de tantas especializaciones de estudio. Involucra conocimientos de varias disciplinas en orden a establecer criterios bioéticos sobre el trato social hacia los animales no humanos.
Sistematizar el personalismo es complejo. De hecho, el mismo Emmanuel Mounier se oponía a todo intento de sistematización, porque esto excluye a la persona de su capacidad de ser libre y creativo. No obstante, tiene algunas características que lo convierten en toda una doctrina filosófica.
El personalismo reacciona en contra de toda objetivación del ser humano, tanto en el plano científico, como social y político. Se opone a las tesis materialistas y los totalitarismos que reducen la persona a una simple funcionalidad, que constriñen su libertad y creatividad.
El personalismo exalta la persona con afán social, con afán de disponerse y cooperar con las demás personas. Su criterio moral se base en una incuestionable obediencia de los mandamientos de Dios, principalmente en lo que tiene que ver con el amor al prójimo. Por este motivo, el personalismo rechaza todo intento de individualización atomizada y egoísta. Rechaza al individuo egocéntrico, atomístico y aislado por completo de la sociedad. Es decir, al ser humano carente de todo sentido de vocación moral, el individuo premoral.
El personalismo es una posición filosófica que exalta el valor del humano. Es un antropocentrismo por definición. Pretender reflexionar sobre el bienestar animal desde una perspectiva personalista, es una contradicción prosaica. Cuando se vende bioética personalista a favor de los derechos de los animales, se reduce la bioética a un negocio, a un escaparate universitario.
El personalismo y catolicismo se alimentan recíprocamente. Esto le otorga cierta legitimidad moral. Cuando un marco axiológico moral proviene de fuentes tan poderosas, como un mandamiento bíblico, poco lugar queda para la reflexión ética. Acudir a una justificación moral bíblica para hablar de bioética animal o de una ética del bienestar animal de corte personalista, es un error.
El asesinato es un tema bíblico recurrente. Un mandamiento bíblico muy conocido es el que ordena no matar, no cometer homicidio (Éxodo 20:13). Es un mandamiento laxo. Hay quienes intentan defender que el mandamiento favorece la vida de los animales no humanos, porque no especifica especie. Pero esto no quiere decir que el mandamiento está dirigido a los animales no humanos.
Isaías nos recuerda que matar un buey es como matar a un hombre; sacrificar un cordero, es como desnucar un perro… (66:3). Incluso, la ira de Jehová (el dios de la ira, por excelencia), se evidencia cuando dice que está hastiado y no quiere más holocaustos de carneros, sebo de animales gordos, ni sangre de bueyes ni de ovejas (Isaías 1:11). Hasta aquí, parece que se puede encontrar cierta compasión del Todopoderoso hacia los “hermanos menores”, como los llamaría Francisco de Asís. Sin embargo, no es así. Jehová le dice a Moisés que no quiere dioses, ni de plata ni de oro. Quiere un simple altar de tierra, pero con sacrificios, con holocaustos de ovejas y de vacas (Éxodo 20:23-24).
En muchos textos bíblicos, los animales son cosificados. No es de extrañar que nosotros, especie racional superior, cosifiquemos a otras especies. O dicho sin decoros existencialistas: asesinemos especies y luego nos sirvamos sus cadáveres sazonados. Es una necrofagia gourmet sin conciencia del brutal holocausto que desfila a diario en las mesas. Pero bien, retornemos al personalismo bíblico. Esta sangrienta acción que solicita Jehová, es suficiente para que Moisés alcance su bendición (Éxodo 20:24).
En consecuencia, intentar defender un personalismo bioético a favor del bienestar animal, no tiene lugar. Dios le concede autoridad al hombre para que tenga poder sobre todos los animales, sobre todas las especies (Génesis 1:26). Esto implica disponer de sus vidas, o lo que es lo mismo, asesinarlos para alimentarse, asesinarlos por deporte, asesinarlos para sacrificios, explotarlos laboralmente, explotarlos por diversión, o utilizarlos para cualquier otra genialidad sagrada humanamente posible.
El personalismo católico, desde donde se intenta hacer una bioética personalista, se contradice si no toma en cuenta estos principios o mandamientos morales. Si un referente moral proviene de la voz directa de Dios, ¿queda espacio para cuestionarlo éticamente? Sin duda alguna, para cualquier persona que valore la vida en toda su expresión. Pero para un creyente esto puede ser un sacrilegio.
Resulta incongruente, y éticamente cuestionable, hablar de bienestar animal desde un personalismo conservador, si partimos de estas premisas bíblicas radicales sobre el trato hacia los animales no humanos.
Mounier llamaba estado de premoralidad al egocentrismo, a la indiferencia, al automatismo impersonal. Llamaba moralidad burlada o máscaras para la inmoralidad, la práctica de individuos (el ser humano carente de vocación moral) de querer imitar compromisos morales que no asumen auténticamente como propios (El personalismo, 1972).
Es loable el personalismo hacia el ser humano. Sin embargo, el personalismo hace de las demás especies un objeto sin valor. En su apego bíblico y fundamentación filosófica, el personalista es totalitarista e indiferente hacia la libertad y derechos de otras especies. Un personalista también es individuo. Un individuo carente de vocación ética, pre-ético, éticamente ciego, atomizado en su egoísmo, indiferente ante el dolor y sufrimiento de otras especies. Es esencialmente antropocentrista.
La ética no se reduce a principios ni a fórmulas filosóficas del pasado; tampoco se reduce a modas intelectuales, ni a caprichos ideológicos de minorías o mayorías, que intentan cambiar hasta el lenguaje como un supuesto acto de rectitud. La ética es una habilidad racional compleja y dinámica. Es una confrontación de ideas y argumentos. Nos sitúa ante los problemas del mundo y ante la capacidad que tenemos de actuar o de ser indiferentes. Las acciones éticas no necesitan de un selfi para postearlas al mundo. Pero también la ética se ha convertido en un selfi cotidiano.
Cualquier posición moral, o incluso ética, puede cambiar, siempre que se cumplan estas condiciones: a) disposición para razonar con argumentos éticos; b) capacidad para cuestionar la propiedad moralidad, aunque venga de un mandato divino; c) disposición para rechazar una práctica moral, si la argumentación ética demuestra que no es correcta o aceptable; d) determinación para orientarse con una nueva perspectiva ética; e) tomar en serio la ética.
Hoy también tenemos éticas burladas, máscaras éticas para la inmoralidad. Estas máscaras están en todos los ámbitos: en la política, en las iglesias, en las instituciones públicas, en las empresas privadas (corrupción), en los sistemas de justicia, en los deportes (en los medios de comunicación de Costa Rica, y posiblemente de otros países, deporte es sinónimo de fútbol), en los organismos judiciales, entre muchos otros ámbitos de acción.