¿Pueden sufrir? Algo sobre biocentrismo y bienestar animal
Por Wilmer Casasola Rivera, Ph. D.
Escuela de Ciencias Sociales, TEC.
La ausencia de valoración ética aumenta la capacidad de daño hacia los otros. Considerar a los otros como sujetos de valoración ética implica, a su vez, ampliar el horizonte de apreciación hacia otras especies. Desanclar la vivencia antropocentrista y su racionalidad operativa, y mirar otras perspectivas, es parte de esta amplitud de horizontes.
Algunos utilizan la expresión sujeto de valoración moral para referirse a la consideración o respecto moral que tienen los seres. Pero esta expresión es relativa. Los valores morales se aprenden a través de la tradición sociocultural. Por tradición o costumbre se aprende una cierta forma de pensar y percibir el mundo social, como moralmente bueno o malo.
Por tradición cultural, en ciertas zonas rurales, muchas personas acostumbran matar cerdos en tiempos de navidad. Es un acto considerado moralmente normal. Al cerdo se le golpea fuertemente con un mazo, y una vez aturdido (“atontado”), se hunde un cuchillo muy filoso por el cuello, para extraer su sangre, como también una estocada profunda en su corazón… Suele pasar que la estocada no es lo suficientemente certera (…), y el animal, luchando por su vida, chilla, se suelta, y las estocadas, las puñaladas, se hacen en cantidades exageradas, hasta doblegar a la criatura… Lo macabro de esta tradición cultural, es que las familias, con niños pequeños, aprecian en círculo, el espectáculo sangriento. Es decir, aprecian el brutal asesinato. Esta actitud contemplativa de no apreciar el dolor en un ser impotente es un acto moralmente normal, moralmente aceptado.
Por esta razón, es errónea la expresión sujetos de valoración moral. Porque si una persona, por tradición cultural, considera que una especie no es sujeto de estima moral, simplemente, hace con ella lo que dictan sus valores tradicionales. Ampliar el horizonte moral, requiere, entonces, incursionar en el razonamiento ético.
La expresión sujeto de valoración ética es más acertada a la hora de considerar una cierta amplitud de nuestro horizonte reflexivo. La palabra ética tiene un giro lingüístico un poco más complejo que el de moral, pero su alcance es mayor. El marco de referencia de la ética difiere del de la moral. La ética es una elaboración teórica, una propuesta filosófica que intenta cambiar la experiencia moral vivida por la tradición social y cultural. La ética es la universidad de la moral.
El biocentrismo se puede entender como una filosofía práctica, como un referente teórico que intenta orientar el pensamiento y la acción. El biocentrismo es una postura filosófica porque se asocia a un conjunto de fundamentos éticos que le da a la naturaleza y las especies no humanas una valoración intrínseca fuera de todo interés antropocéntrico.
¿Qué persigue el biocentrismo como ética o como filosofía? Básicamente persigue hacer un giro en la forma como miramos la vida y otorgarle enfáticamente valoración ética. Una de las tareas de la ética es orientar el razonamiento y la acción, e intentar gestionar un cambio en la experiencia moral en sociedad. Una ética biocéntrica se enfoca en el valor y el respeto hacia otras formas de vida, no solamente la humana. El biocentrismo intenta educar a nuestra brutal racionalidad antropocéntrica.
En la literatura académica se habla de dos sentidos del concepto biocentrismo: un biocentrismo débil y un biocentrismo fuerte.
El biocentrismo débil reconoce un valor intrínseco en todos los seres vivos, pero considera que no todos los seres vivos pueden tener la misma consideración moral, porque las capacidades de cada ser vivo son distintas. Es decir, el valor moral hacia un ser vivo es gradual y depende del valor de la vida que se le atribuya. Así, algunos pueden considerar que a un ser vivo no sintiente se le debe conceder menor valor que a un ser vivo sintiente. El biocentrismo fuerte, por el contrario, considerara que todos los seres vivos poseen un valor intrínseco, independientemente de si son seres que sienten o seres que no sienten. El único criterio que debe imperar es el valor de la vida de cada especie en sí misma. Por lo tanto, toda especie debe ser sujeto de consideración o valoración moral.
De forma puntual, el biocentrismo débil afirma que todos los seres vivos tienen valor, pero hace una diferencia entre los seres vivos con capacidad de sentir y los seres vivos que no sienten. De esta forma, el respeto moral por un ser vivo se otorga en grados. No todo ser vivo es sujeto de la misma valoración moral. Por su parte, el biocentrismo fuerte afirma que todos los seres vivos tienen valor, y no importa si sienten o no. Todo ser vivo es sujeto de valor y respecto moral.
En este contexto, se pueda hablar entonces de un biocentrismo parcial o relativo y un biocentrismo radical. El primero, condiciona el valor intrínseco de cada especie a una petición de principio: la capacidad o no de sentir es el criterio moral para disponer de una especie. El segundo, otorga un valor intrínseco a cada especie, independientemente de los atributos acerca de su vida.
Si tomamos como referente la postura biocentrista para hablar de bienestar animal, el biocentrismo radical tendría que rechazar la tesis que algunos utilitaristas utilizan como referente para hablar de liberación animal. Me refiero a la idea de Bentham y la pregunta clave sobre el sufrimiento que experimentan los animales. Recordemos la idea completa de Bentham. En la obra póstuma Deontología o ciencia de la moral (1836), Bentham argumentaba que un caballo o un perro son seres más racionales y compañeros más sociales que un niño de un día, de una semana o de un mes, pero que, aun suponiendo que no fuese así, la cuestión no sería si los animales pueden razonar, si pueden hablar, sino, “¿Pueden Sufrir?”.
Hasta hoy, esta idea la hemos considerado como un referente para razonar a favor del bienestar animal. El problema de esta tesis, para un biocentrismo radical, consiste en dejar un portillo siempre abierto: la ausencia de sufrimiento sería la condición necesaria y suficiente para no tener estima ética sobre esa especie. Así, si suprimimos la capacidad de expresar dolor en una especie, no habría problema ético alguno en disponer de esta. De esta forma, matar animales, ya no sería un problema ético, si antes suprimimos su capacidad de expresar dolor o sufrimiento. La vida de un animal, el valor de viviente, queda condicionada a la supresión del dolor o sufrimiento. Pero esto se tiene que rechazar. Si bien es cierto que el sufrimiento es un factor importante a tomar en cuenta para enfocarnos en el bienestar radical de los animales, no puede ser el factor determinante. El factor determinante es el ser viviente, la vida que lo envuelve, a la cual tiene derecho legítimo, como yo que escribo o usted que lee ahora. Todos tenemos una vida, por cierto, efímera y fugaz. Somos un simple soplo ilusorio que transita un instante para desaparecer por siempre. No tenemos ninguna autorización ética para frenar este soplo de vida en nombre de nuestra patológica racionalidad antropocentrista. Sin embargo, nuestra patología racional nos impulsa a inferiorizar a otras especies y disponer de ellas a nuestro antojo, para matarlas, para explotarlas laboralmente, para experimentar con ellas, para divertirnos a costa de su sufrimiento…
Entonces, la pregunta “¿Pueden Sufrir?”, no es ni debería ser el único criterio para respetar el bienestar animal. Toda vida merece respeto y estima ética. Y aquí viene o se asoma, toda una discusión: ¿Y las especies dañinas? Eso sería un primer argumento válido. La pregunta a esta pregunta, sería: ¿Dañinas para quién? Desde luego, dañinas para nuestra visión industrializada del mundo.
La separación entre biocentrismo débil y fuerte tiene algún sentido práctico para orientar nuestros criterios éticos. El tema de la liberación animal, así como el abolicionismo, son realidades que pueden conducir a grandes debates, y considerar que los animales están a disposición de los intereses humanos, o bien, considerar que no tenemos ningún valor ético especial, por encima de otras especies.
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