Desafíos éticos de la universidad en el siglo XXI
Por: Wilmer Casasola-Rivera
Docente & Investigador
Escuela de Ciencias Sociales
El 11 de octubre del año en curso (2022) desde la coordinación actual de la Cátedra Tecnología, Paz y Desarrollo, de la Escuela de Ciencias Sociales (TEC), se organizó un evento académico intitulado “Desafíos éticos de la universidad en el siglo XXI”, a cargo del profesor Dr. Emilio Martínez Navarro, de la Universidad de Murcia. En este artículo expondré un breve resumen de esta conferencia y posteriormente formularé una reflexión personal, tomando como base algunas ideas desarrolladas en esta disertación académica.
Temas abordados en la conferencia
¿Qué es la universidad? Se ofrece un marco histórico de la universidad, desde su creación en la Edad Media, cuyo objetivo fue responder a la necesidad social de formación de profesionales en campos como la Medicina, la Teología o el Derecho, entre otros, hasta la concepción de universidad liberal de los siglos XIX y XX. Aquí se destacan las metas o bienes internos que asumió la Universidad de Berlín desde su fundación: investigar, transmitir saber y discutir aspirando a la verdad. La universidad liberal le apuesta a un conocimiento generalista frente a la especialización unilateral. Posteriormente, se discute la crisis de la universidad a lo largo del siglo XX, donde predomina la fragmentación de los saberes: la separación entre las ciencias y las humanidades, el desprecio a los saberes “no rentables”, la excesiva burocratización y el problema para adaptarse a las nuevas situaciones sociales.
Un punto de análisis sobre la crisis de la universidad surge a partir del planteamiento de José Ortega y Gasset (1883-1955), quien había discutido acerca de la misión de la Universidad. Se retoma el concepto de “hombre masa”. Se habla del hombre sin conciencia de historia, sin proyecto de futuro, sin cultura general y se destaca la idea de que estos “hombres sin cultura son los que pretenden regir los destinos de las naciones”.
A partir de esta introducción, la conferencia se enfocó en discutir cuatro ejes centrales: los bienes internos y externos, los principios éticos de las profesiones e instituciones, la universidad proactiva y los desafíos éticos de la universidad para el siglo XXI.
La importancia de los bienes internos y externos de una actividad. Un bien interno hace referencia a los bienes que se deben proporcionar a las personas usuarias. Los bienes externos se relacionan con los medios necesarios e incentivos para que las personas permanezcan en la actividad y puedan alcanzar metas, como dinero, poder y prestigio. Martínez señala que cuando surge la corrupción en una institución, los bienes internos, el servicio al público, pierde interés y en su lugar el interés se enfoca en aumentar los bienes externos, lo que él denominó “recompensas inmerecidas”.
Los principios éticos de las profesiones e instituciones. De forma puntual, se explican cuatro principios: el respeto a la dignidad, la prioridad a los bienes internos de la institución (servicios), promover una cultura centrada en el servicio de alta calidad técnica y ética y, finalmente, evitar el burocratismo. En este último punto hizo énfasis en el error de la “burocratización pedagógica”, donde la labor docente se convierte en un trámite burocrático en lugar de enfocarse en lo estrictamente académico: en la docencia y la investigación. Pero también habló del problema del mínimo esfuerzo en la función universitaria, donde se pierde de vista ser un “profesional excelente” y en su lugar hacer lo apenas necesario para subsistir en la función. Esto es, el profesorado universitario que cumple con un horario, pero sin calidad. El cumplimiento de unos mínimos para que no lo echen de la universidad.
La universidad proactiva. Aquí se desarrolla una serie de ideas, empezando por recordar que la universidad es universalidad del saber y totalidad de la humanidad, lo que se relaciona con la idea de no perder la unidad profunda de la razón, el deseo de construir verdad, que una formación especializada podría descuidar. Precisamente, para no perder esta unidad profunda, se debe recuperar el trabajo interdisciplinario. Otro conjunto de ideas que se relacionan entre sí es la de adoptar la perspectiva de la libertad en contra de una perspectiva de dominación, donde las personas no teman la interferencia arbitraria del poder, donde se elimine el feudalismo y más bien se promueva el coraje cívico, sin descartar la posibilidad de auditorías externas gracias a una autonomía universitaria responsable. Finalmente, promover una organización ágil no burocratizada, a través del establecimiento de unas relaciones éticas donde la prioridad debe ser atender los intereses de las personas sobre los órganos administrativos.
Desafíos éticos de la universidad para el siglo XXI. En este último punto se desarrollan diferentes ideas. Intentaré agrupar y relacionar estas ideas.
- Investigación e interdisciplinaridad. Enfocarse en la búsqueda de la verdad, sin prejuicios ni presiones, procurando responder a los problemas de nuestra época y transfiriendo conocimientos a la sociedad.
- Docencia y profesorado. Enfocarse en una docencia que promueva la formación de profesionales con sentido de la justicia, la compasión, la empatía, el cuidado.
- Alumnado. Los estudiantes deben comprometerse con su formación como personas, ciudadanos y profesionales.
- Personal de administración. Fomentar el espíritu de servicio y reducir la burocracia al máximo.
- Autonomía universitaria. Asumir la autonomía con responsabilidad, fomentando una universidad del bien común, plural, sin dogmatismo ni adoctrinamiento, dispuesta a someterse al debate y a la deliberación pública. Apoyar un financiamiento que invierta en excelencia a largo plazo.
Una reflexión personal
Quisiera reflexionar en torno a dos ideas que expuso el profesor Emilio Martínez en su disertación académica. Precisamente, esta es la importancia del intercambio de ideas entre universitarios: nos permiten pensar o repensar nuestras propias realidades sociales.
Martínez señaló enfáticamente que ha sido un error haber creado universidades exclusivamente tecnológicas, como también, universidades exclusivamente humanistas. Pese a eso, tomó como ejemplo el modelo universitario del Tecnológico de Monterrey. Destacó la importancia de que las instituciones tecnológicas se oferten otras carreras. Abrirse a una diversidad de conocimientos es lo que hace a una universidad.
La investigación parece fomentar una cierta endogamia formativa. Esto, por definición, deja de ser investigación interdisciplinaria. Las perspectivas éticas, históricas, antropológicas, filosóficas, psicológicas, sociológicas, políticas, etc., parece que no son necesarias en el desarrollo del conocimiento científico. Por ejemplo, algunos profesionales creen que los problemas medioambientales se abordan únicamente desde las “ciencias duras” y tecnológicas, y se oponen a cualquier criterio proveniente de las Ciencias Sociales. Desde esta lógica reduccionista, parece que la intervención antropogénica devastadora sobre muchos ecosistemas, es un asunto que se evalúa y se aborda únicamente desde una ecuación química, desde un algoritmo o desde un artefacto tecnológico.
Los problemas ambientales parece que se resuelven en un laboratorio. Esta endogamia profesional es lamentable, pero se potencia como una auténtica cultura académica y profesional.
En lugar de potenciar el conocimiento interdisciplinario, lo que enfrentamos hoy es una agresiva lucha por eliminar la formación social en muchas carreras “universitarias”. En las disciplinas científicas y tecnológicas, la evaluación e intervención de los problemas que aquejan a la sociedad, no requieren, paradójicamente, del criterio de las disciplinas sociales y humanas. El rechazo hacia la formación universitaria es un problema estructural: tiene respaldo desde los poderes administrativos y se concentra en la formación profesional. La docencia endogámica se reduce a potenciar esta lógica formativa y transmitir esta cultura del rechazo a la comunidad de estudiantes. Luego, los mismos estudiantes ven con desprecio el aporte de las disciplinas sociales y humanísticas. Este el “desprecio a los saberes no rentables”, en palabras de Martínez.
Una gran cantidad de disciplinas científicas y profesionales parecen ignorar el aporte de las disciplinas sociales y humanísticas. Cuando se diseña un producto programado para desaparecer al poco tiempo de nacer (obsolescencia programada), lo que predomina es la producción a escala, maximizar la riqueza de los accionistas, potenciar la eficacia y eficiencia inmediata, etc. No interesan las consecuencias sociales derivadas de esta macroproducción desechable: basura tecnológica, afectación de ecosistemas, deterioro y contaminación ambiental, impacto en la salud humana y la de otras especies, e incluso, en términos socioeconómicos, la inestabilidad económica en las familias que deben invertir al poco tiempo en un nuevo artefacto que fue diseñado para fracasar desde el inicio. Y etcétera.
Pero también, desde muchas disciplinas sociales, parece que existe cierto rechazo a nutrirse desde otras perspectivas científicas o profesionales. Tomemos un ejemplo básico. Cuando se propone realizar un análisis FODA de una disciplina humanística, el rechazo de algunos es contundente. Una herramienta de análisis administrativo no puede aportar algo significativo a las torres de marfil del “pensamiento crítico”. Lo mismo se dice cuando se introduce el tema de las Neurociencias a la educación: existe un rechazo visceral a este “mecanicismo” pedagógico. Por lo tanto, siempre es importante someter a análisis qué entendemos por pensamiento crítico. No pocas veces, lo que tenemos es un pensamiento dogmático y adoctrinado.
En relación con la idea Martínez de no temer “la interferencia arbitraria de los poderosos”, en muchas universidades está tomando fuerza un fenómeno tóxico: el miedo a expresar ideas si no se ajustan a lo ideológicamente correcto. El miedo obliga a adaptarse a estructuras de pensamiento con tal de garantizar un espacio laboral o no tener “enemigos” institucionales. El miedo a ser cuestionados, hace que los universitarios dejen de lado su función principal: ser gestores de ideas y de pensamientos. Esto atenta con el espíritu crítico de una universidad. Donde existe miedo, no florece el pensamiento auténticamente crítico. Hoy la palabra “respecto” se toma como escudo protector para rechazar cualquier crítica hacia la propia ideología que sus sustenta. Si uno formula una crítica, se convierte en una persona irrespetuosa, conflictiva, transgresora. Esto es académicamente tóxico. Vivimos en tiempos donde se pretende adoctrinar hasta la forma como tentemos que hablar y escribir. En esto lleva razón Gad Saad cuando dice que “las universidades son el paciente cero de una amplia variedad de ideas y movimientos terriblemente nocivos” (La mente parasitaria, Deusto, 2020).
Los saberes sociales y humanísticos no son rentables cuando se feudaliza un recinto universitario. Cuando burocratizamos un modelo educativo universitario en nombre de los intereses externos, perdemos la perspectiva de universidad. Nos convertimos en una institución masa: sin conciencia histórica, sin proyecto futuro, sin cultura universitaria.
Finalmente, gracias al profesor Emilio Martínez por haber compartido, a la distancia, sus ideas con nosotros.
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Las opiniones aquí vertidas no representan la posición de la Oficina de Comunicación y Mercadeo y/o el Tecnológico de Costa Rica (TEC).