Quisiera reflexionar en torno a dos ideas que expuso el profesor Emilio Martínez en su disertación académica. Precisamente, esta es la importancia del intercambio de ideas entre universitarios: nos permiten pensar o repensar nuestras propias realidades sociales.
Martínez señaló enfáticamente que ha sido un error haber creado universidades exclusivamente tecnológicas, como también, universidades exclusivamente humanistas. Pese a eso, tomó como ejemplo el modelo universitario del Tecnológico de Monterrey. Destacó la importancia de que las instituciones tecnológicas se oferten otras carreras. Abrirse a una diversidad de conocimientos es lo que hace a una universidad.
La investigación parece fomentar una cierta endogamia formativa. Esto, por definición, deja de ser investigación interdisciplinaria. Las perspectivas éticas, históricas, antropológicas, filosóficas, psicológicas, sociológicas, políticas, etc., parece que no son necesarias en el desarrollo del conocimiento científico. Por ejemplo, algunos profesionales creen que los problemas medioambientales se abordan únicamente desde las “ciencias duras” y tecnológicas, y se oponen a cualquier criterio proveniente de las Ciencias Sociales. Desde esta lógica reduccionista, parece que la intervención antropogénica devastadora sobre muchos ecosistemas, es un asunto que se evalúa y se aborda únicamente desde una ecuación química, desde un algoritmo o desde un artefacto tecnológico.
Los problemas ambientales parece que se resuelven en un laboratorio. Esta endogamia profesional es lamentable, pero se potencia como una auténtica cultura académica y profesional.
En lugar de potenciar el conocimiento interdisciplinario, lo que enfrentamos hoy es una agresiva lucha por eliminar la formación social en muchas carreras “universitarias”. En las disciplinas científicas y tecnológicas, la evaluación e intervención de los problemas que aquejan a la sociedad, no requieren, paradójicamente, del criterio de las disciplinas sociales y humanas. El rechazo hacia la formación universitaria es un problema estructural: tiene respaldo desde los poderes administrativos y se concentra en la formación profesional. La docencia endogámica se reduce a potenciar esta lógica formativa y transmitir esta cultura del rechazo a la comunidad de estudiantes. Luego, los mismos estudiantes ven con desprecio el aporte de las disciplinas sociales y humanísticas. Este el “desprecio a los saberes no rentables”, en palabras de Martínez.
Una gran cantidad de disciplinas científicas y profesionales parecen ignorar el aporte de las disciplinas sociales y humanísticas. Cuando se diseña un producto programado para desaparecer al poco tiempo de nacer (obsolescencia programada), lo que predomina es la producción a escala, maximizar la riqueza de los accionistas, potenciar la eficacia y eficiencia inmediata, etc. No interesan las consecuencias sociales derivadas de esta macroproducción desechable: basura tecnológica, afectación de ecosistemas, deterioro y contaminación ambiental, impacto en la salud humana y la de otras especies, e incluso, en términos socioeconómicos, la inestabilidad económica en las familias que deben invertir al poco tiempo en un nuevo artefacto que fue diseñado para fracasar desde el inicio. Y etcétera.
Pero también, desde muchas disciplinas sociales, parece que existe cierto rechazo a nutrirse desde otras perspectivas científicas o profesionales. Tomemos un ejemplo básico. Cuando se propone realizar un análisis FODA de una disciplina humanística, el rechazo de algunos es contundente. Una herramienta de análisis administrativo no puede aportar algo significativo a las torres de marfil del “pensamiento crítico”. Lo mismo se dice cuando se introduce el tema de las Neurociencias a la educación: existe un rechazo visceral a este “mecanicismo” pedagógico. Por lo tanto, siempre es importante someter a análisis qué entendemos por pensamiento crítico. No pocas veces, lo que tenemos es un pensamiento dogmático y adoctrinado.
En relación con la idea Martínez de no temer “la interferencia arbitraria de los poderosos”, en muchas universidades está tomando fuerza un fenómeno tóxico: el miedo a expresar ideas si no se ajustan a lo ideológicamente correcto. El miedo obliga a adaptarse a estructuras de pensamiento con tal de garantizar un espacio laboral o no tener “enemigos” institucionales. El miedo a ser cuestionados, hace que los universitarios dejen de lado su función principal: ser gestores de ideas y de pensamientos. Esto atenta con el espíritu crítico de una universidad. Donde existe miedo, no florece el pensamiento auténticamente crítico. Hoy la palabra “respecto” se toma como escudo protector para rechazar cualquier crítica hacia la propia ideología que sus sustenta. Si uno formula una crítica, se convierte en una persona irrespetuosa, conflictiva, transgresora. Esto es académicamente tóxico. Vivimos en tiempos donde se pretende adoctrinar hasta la forma como tentemos que hablar y escribir. En esto lleva razón Gad Saad cuando dice que “las universidades son el paciente cero de una amplia variedad de ideas y movimientos terriblemente nocivos” (La mente parasitaria, Deusto, 2020).
Los saberes sociales y humanísticos no son rentables cuando se feudaliza un recinto universitario. Cuando burocratizamos un modelo educativo universitario en nombre de los intereses externos, perdemos la perspectiva de universidad. Nos convertimos en una institución masa: sin conciencia histórica, sin proyecto futuro, sin cultura universitaria.
Finalmente, gracias al profesor Emilio Martínez por haber compartido, a la distancia, sus ideas con nosotros.
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