Se estima que en 2050 la población mundial se acercará a los 10.000 millones de personas. Una cifra impactante si pensamos en las desalentadoras noticias sobre cambio climático, desforestación masiva, la consecuente degradación del suelo y la falta de alimento.
Según la FAO (Organización Mundial de Alimentos y Agricultura) 793 millones de personas en el mundo sufrieron hambre crónica entre 2014 y 2016. Peor aún, alrededor de un tercio de los alimentos producidos (1.300 millones de toneladas al año) se pierden o desperdician en todo el mundo a lo largo de la cadena de suministro, con enormes costes económicos y medioambientales.
A partir de esta realidad, se propone un giro en las políticas de producción hacia la agricultura sustentable y de conservación para enfrentar el futuro de una manera más eficiente y beneficiosa para la población. “Esta nueva etapa de producción sostenible deberá basarse en conocimientos intensivos en todos los niveles y en un renovado compromiso político hacia las prácticas más adaptadas a la agricultura familiar, respetuosas con las condiciones ambientales y sociales de cada país”, puntualiza la FAO.
Valorando la tierra
Se entiende por agricultura sustentable aquella que, en el largo plazo, contribuye a mejorar la calidad ambiental, satisface las necesidades básicas de fibra y alimentos humanos, es económicamente viable y mejora la calidad de vida del productor y la sociedad. Suena bastante bien, pero, ¿qué tan cerca está de ser una realidad?
A través de un giro de las políticas gubernamentales y sociales, se trata de instruir a la población sobre aquellas técnicas (muchas de ellas aplicadas por nuestros ancestros) que permiten un mejor uso del suelo y que están más pensadas en beneficio del agricultor y el medio ambiente que en la agricultura como un negocio. Se trata de paliar los efectos perniciosos que las técnicas agrarias convencionales tienen sobre el medio ambiente.
En este sentido, la agricultura sustentable se presenta como una opción viable para frenar los efectos del calentamiento global gracias a técnicas como la siembra directa, que permite reducir drásticamente la erosión del suelo y los riesgos de contaminación de los ríos por sedimentos y fertilizantes, por ejemplo. Además, según las investigaciones y las experiencias de numerosos agricultores, el paso a una agricultura de conservación mantiene e, incluso, incrementa las producciones, disminuyendo los costes de cultivo y el número de horas de trabajo, por lo que, en condiciones normales, el margen de beneficio para el agricultor se incrementa.
Cultivando para el barrio
Cuando pensamos en agricultura, nuestra mente se traslada inevitablemente a los sectores de campo apartados de la ciudad. No obstante, la agricultura comunitaria sustentable en el corazón de la metrópolis ya es una realidad en Estados Unidos.
En Nueva York, por ejemplo, se han llevado a cabo con éxito iniciativas escolares, apoyadas por la ONU, en el sector de Queens, donde los estudiantes han desarrollado exitosos proyectos de agricultura a menor escala en sus barrios. Mientras que en Detroit 2000 personas se alimentan gratuitamente gracias al primer agrihood desarrollado gracias a The Michigan Urban Farming Initiative, una fundación sin fines de lucro, que se hizo a la tarea de superar la pobreza del lugar, así como la falta de alimento y de oportunidades. El cofundador y Presidente de MUFI, Tyson Gersh, ha hecho una excelente evaluación del proyecto, que busca replicarse en otras ciudades y estados.: “En los últimos cuatro años, hemos crecido partiendo de un huerto urbano que proporciona productos frescos para nuestros residentes a un campus agrícola, el cual ha ayudado a mantener el barrio, atrayendo a nuevos residentes y la inversión en la zona”.
Si bien existen un par de iniciativas similares en California y en Michigan, es importante destacar que esta es la primera de carácter gratuito. ¿Cómo es posible su funcionamiento? Gracias a las donaciones de algunas empresas, se compró un edificio en una subasta y tienen huertos en dos hectáreas, con 200 árboles frutales y un jardín sensorial infantil. Todo funciona gracias a la labor de voluntarios y sus productos se entregan gratis para el barrio, iglesias, comedores sociales y vecinos que lo necesitan.