¿Por qué leer a Franz Kafka?
Por Erick F. Salas Acuña,
Escuela de Idiomas y Ciencias Sociales
El pasado 3 de junio se cumplieron 100 años de la muerte de Franz Kafka, uno de los autores más influyentes de la literatura universal. Su aniversario, celebrado alrededor del mundo con conferencias, lecturas y reimpresiones de sus obras, me hizo pensar en una pregunta planteada por una estudiante en uno de mis cursos, y que sirve de título a este artículo. Ella, futura ingeniera, se preguntaba qué utilidad tenía leer a este autor para su futuro desempeño profesional.
Ante una pregunta tan contundente, pero razonable —suponiendo que la estudiante estaba en el curso por obligación—, esto fue más o menos lo que dije: “Como ocurre con cualquier otro texto literario, leemos a Kafka, ante todo, por placer. La literatura, sin embargo, es también una forma de conocer el mundo, y obras como la de este autor sobreviven en el tiempo porque reflejan una realidad que aún dialoga con la nuestra. Nadie como él nos mostró, por ejemplo, el terror, la opresión y la tortura a la que nos puede someter el poder en las sociedades modernas. Por eso, entre otras cosas, todavía lo leemos.”
Pude notar que mi respuesta no le había parecido convincente. En el fondo, sabía que su pregunta no era solo sobre Kafka, sino sobre la utilidad de la literatura en general. Como parte de una sociedad en la que se menosprecian cada vez más los saberes humanísticos, y en la que las cosas se miden por su valor de cambio, su apreciación era que cualquier inversión de tiempo que no se tradujera en un eventual beneficio económico no merecía su atención. Una creencia, debo suponer, probablemente compartida por la mayoría de sus compañeros de curso.
Sin embargo, su cuestionamiento propone una reflexión necesaria para quienes tenemos bajo nuestra responsabilidad enseñar el placer de la lectura y, en particular, demostrar la importancia de ciertas obras como las del autor en cuestión. Por eso, en aras de complementar mi respuesta a la pregunta planteada por la estudiante, y de conmemorar el año del centenario de uno de mis autores predilectos, a continuación, ofrezco tres razones más de por qué leer a Franz Kafka:
Primero, Kafka es un escritor de fácil lectura. Una cuidadosa disposición sintáctica y una selección de elementos léxicos cotidianos dota de cierta naturalidad a la escritura kafkiana. Esto no significa, por supuesto, que su aparente simplicidad no esté sustentada por una considerable complejidad. A primera vista, ser simple pareciera algo sencillo, pero es una cualidad difícil de lograr y digna de imitar. Mostrarnos la capacidad de dotar de simplicidad a lo complejo o de complejidad a lo simple –como quiera vérsele- es parte de la admiración que muchos –como yo- sienten por su estilo. También es la razón de por qué leerlo una vez no basta. Releerlo es tan importante como leerlo, y sostengo que quizás no haya otro autor que merezca tanto la pena releer como Kafka.
Segundo, quienes hayan leído ese inicio memorable de La Metamorfosis (Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto) probablemente recordarán su desconcierto. Hay un antes y un después de la lectura de ese texto. El rompimiento con el principio de verosimilitud que se genera con este primer acercamiento puede resultar chocante. La mayor parte de las personas no lo entienden. De esto, pueden resultar dos cosas: el rechazo o la fascinación. Conozco algunos lectores que se han decidido por lo primero. Cuando es lo segundo, no hay más remedio que leerlo hasta al final sin detenernos. (Por cierto, recomiendo que, quien quiera iniciarse en la lectura de este autor, empiece, justamente, por La Metamorfosis).
Y tercero, pocos autores han tenido la influencia de Kafka en el desarrollo de la literatura moderna. Incluso, la cultura popular ha adoptado el adjetivo kafkiano como aquello “perteneciente o relativo a Franz Kafka” (RAE), un homenaje reservado solo para algunos autores cuya obra resuena por su originalidad, relevancia y universalidad (otros son Jorge Luis Borges –borgeano-, Julio Cortázar -cortazariano- y Gabriel García Márquez –garciamarquiano-, por citar algunos ejemplos latinoamericanos). El universo kafkiano nos enfrenta a hechos casi imposibles, muchas veces en la forma de una alegoría, como la transformación de alguien en un insecto, o un arresto sin motivos aparentes, como en El Proceso, para mostrarnos personajes que sucumben ante la autoridad, la burocracia o el absurdo. Al hacer esto, Kafka pone en evidencia la alienación del individuo frente a la colectividad moderna y nos enseña sus consecuencias.
Con todo, como ya se indicó, leer a Kafka no es necesario a menos que eso signifique una cuota de felicidad. Los libros están ahí para quienes estén dispuestos a dedicar una parte de su tiempo al ocio, la imaginación y la reflexión, algo cada vez más necesario en tiempos en los que parece importar más el tener que el ser. A lo largo de mi experiencia laboral, he conocido profesionales competentes que no leen por placer, pero también me he encontrado con algunos que, además de su formación técnica, dedican tiempo a la lectura de otros temas. En todos los casos –hablando de ventajas competitivas-, estos últimos destacan sobre los primeros: hay una cierta sensibilidad, un mayor dominio del lenguaje o una amplitud de perspectiva que les favorece, porque la literatura, el arte, la música y la cultura en general tiene que ver con todo. Y Kafka, como toda buena literatura, está en todas partes.