Simplemente, carácter…
Existen muchas formas de liderazgo: espiritual, moral, intelectual, militar, religioso, etc. Entre ellos tiene que contarse el liderazgo personal como algo fundamental, por una simple razón: nadie puede asumir la responsabilidad de nuestros actos, sino nosotros mismos. Los errores, fracasos, y victorias son, en gran medida, nuestra responsabilidad. Ciertamente existen personas que cooperan con la realización de nuestras metas, al igual que personas que cooperan larvadamente para que no alcancemos ninguna meta (sí existen…), pero en última instancia es una faena personal asumir la responsabilidad de nuestros actos.
Personas que intenten hacernos fracasar habrá muchas en el camino; esa es la labor a la que se han dispuesto heroicamente. Una labor que consiste en tratar de destruir al otro. Destruimos al otro, cuando lo minimizamos, cuando ejecutamos toda suerte de burlas, cuando creamos prolíferamente chismes que ponen en juego la dignidad y reputación de otra persona, cuando denigramos a las personas, cuando ejercemos poder despótico sobre quienes están un poco más abajo de nosotros impidiendo su crecimiento laboral, profesional, económico, espiritual, moral, etc. Vivir enfocado en destruir a los otros es propio de un pensamiento oligotrófico. La labor nuestra consiste en vencer a estos batracios (merecen ser clasificados). Pero para eso hay que tener carácter, y estar dispuestos a bregar contra cualquier adversidad.
Si bien es cierto no es tiempo para crear naturalezas humanas, hay que aceptar que vivimos en un mundo culturalmente protervo. La debilidad del carácter no ayuda a enfrentar este mundo.
El camino del éxito está con frecuencia adoquino de espinas. Y con frecuencia las grandes victorias requieren transitar largos caminos. Lo que determina llegar al final del camino es el carácter que hemos cultivado. El carácter, como cualquier vicio o virtud, se cultiva. Es un hábito cuyo campo de entrenamiento suele ser muchas veces la adversidad. Ante las adversidades y obstáculos más oscuros de la vida, el carácter de una persona se pone a prueba. Y sólo hay dos opciones ante una adversidad: enfrentarla con valentía o dejarse arrastrar por ella. Las adversidades son parte de los repentinos acontecimientos de la existencia humana.
Las personas suelen ser cínicas, a veces. Algunas suelen decir: “tenga fe, todo va a salir bien”. O bien: “la esperanza es lo último que se pierde”. Si ya hemos perdido lo más importante, ¿qué sentido tiene no perder la esperanza? Estas expresiones contienen una brillante estulticia. En sentido estricto no están ofreciendo ninguna solución al problema. Ante el hambre real ofrecen banquetes de viento a la persona que la sufre; ante situaciones emocionalmente críticas, ofrecen palabras sin ningún referente empírico con la realidad y para la acción.
La esperanza suele ser un refugio inhóspito. Apelar a la esperanza ante situaciones adversas no es la vía más segura de llegar a buen puerto. La esperanza es la debilidad del carácter. Deja a las personas inactivas, en espera, cuando deberían estar pensando estratégicamente los cursos de acción a seguir. Entiéndase bien: no se trata de no tener esperanza, sino de no ver en ésta una obra mágica, que de repente arreglará todo en la vida propia. La esperanza es parte de nuestro reino emocional, de las ensoñaciones diarias. Pero los sueños se materializan con acciones muy concretas: esfuerzo, dedicación, tenacidad, perseverancia. De nada sirve la esperanza y los sueños si no tenemos un pensamiento estratégico para la acción.
La esperanza no elimina al mal, sino las acciones que se hagan para eliminarlo. Y el mal está ahí, representado de muchas formas: ignorancia, cobardía, timidez, violencia, injusticia, tiranía, despotismo, cinismo, servilismo, chismes (encomiable cultura a las que muchos se avocan heroicamente…).
Si ante una situación adversa hemos decido enfrentarla con valentía, y no presenciar el hundimiento de nuestra vida, por la circunstancia que fuera, tenemos que enfocarnos en los recursos, físicos o mentales, necesarios para salir victoriosos. Nadie dice que es fácil. El éxito personal es una tarea ardua, aunque no imposible.
Cuántas personas han desistido de sus metas cuando encontraron el primer obstáculo. Desde no poder ingresar a una universidad de prestigio o conseguir un empleo, pasando por inocuidades como perder la prueba de manejo, hasta una endémica ruptura amorosa, han sido factores determinantes para que muchas personas se enclaustren en el sorprendente, pero abundante cosmos de los vencidos.
Hay líderes de todo tipo, y es bueno seguirles. Pero ningún líder lidiará con nuestros fracasos. Es tiempo de cultivar el carácter, dejar nuestras cobardías a un lado, y mirar esos múltiples caminos ataviados de espinas con liderazgo propio, con determinación triunfal. Y en silencio. No hay que hacer de la proyección de nuestras metas una girándula pública.
El tiempo se encargará de mostrar en público las victorias que pacientemente cultivamos en silencio, pese a los obstáculos que algunos habilidosamente van dejándonos en el camino…