¿Feliz Navidad? La moral que te alimenta…

19 de Diciembre 2024 Por: Redacción

Imagen con fines ilustrativas,tomada de google.

María F. Obando-Sánchez

Antropóloga maria.obandosanchez@ucr.ac.cr

Wilmer Casasola-Rivera

Bioeticista wcasasola@itcr.ac.cr

 

En un programa sobre entretenimiento familiar, de una televisora nacional de tendencia moralista, un invitado, aparentemente cantante de música popular, se jactaba de comer chicharrones, e insinuaba que él criaba y mataba a los cerdos en su propia casa…

Vamos a abordar un tema que merece un espacio social de discusión y una acción política y jurídica inmediata: la brutal muerte clandestina de cerdos, con mayor ensañamiento en tiempos de Navidad. Muchas personas crían cerdos en sus casas para comercializar su carne, convirtiéndolos en víctimas sin protección legal. La ley actual de protección animal y quienes deben hacerla cumplir son, lamentablemente, ineficaces. Ante esta decepción, creemos que una ética que promueva un cambio moral en el trato hacia los animales podría contribuir a liberarlos del sufrimiento al que son sometidos.

Nos alimentamos de ciertos preceptos morales. Por ejemplo, algunos rechazan el aborto, la eutanasia o ciertas relaciones amorosas basándose en principios morales religiosos. La moral condiciona nuestro comportamiento, pero se forma a través de un proceso silencioso influenciado por la cultura y el entorno social.

Negar que otros seres experimentan dolor es parte de un aprendizaje cultural que resulta en una moral egoísta e indiferente. Históricamente, nuestra especie ha sometido a otros humanos a brutalidades debido a su color, etnia, credo o capacidades cognitivas. Hoy, la masacre de palestinos por Israel es vista como moralmente aceptable por muchos. No sorprende, entonces, que muchos humanos sometan a los animales a una crueldad constante.

La nocicepción es la conciencia del dolor, una función básica del sistema nervioso central y periférico en muchos animales. Los mamíferos y aves tienen la misma capacidad de experimentar dolor de manera similar a los humanos. Los reptiles, anfibios y algunos invertebrados también tienen esta capacidad, aunque lo experimenten de manera diferente a los mamíferos. De acuerdo con Souza (2025), los cefalópodos, una clase de moluscos marinos que incluye pulpos, calamares, sepias y nautilus, poseen un sistema nervioso complejo y altamente cefalizado, con lateralización cerebral que sugiere especialización cognitiva. Tienen los cinco sentidos, incluidas células sensoriales, táctiles y quimiorreceptoras, lo que les permite percibir su entorno, experimentar dolor, sufrimiento y proteger áreas lesionadas. Además, muestran comportamientos sofisticados como el uso de herramientas, resolución de problemas, memoria espacial, habilidades numéricas, toma de decisiones y una comunicación compleja, lo que evidencia su capacidad analítica y social.

Los animales de granja, gracias a la actividad de estructuras cerebrales como la amígdala, experimentan miedo ante amenazas percibidas. En situaciones estresantes, como el transporte brusco o la presencia de depredadores, experimentan temor. Estos animales sienten miedo en los mataderos.

En cuando a los cerdos, estudios recientes muestran que estos animales son muy relevantes como modelos en la investigación neurológica debido a las similitudes con los humanos en neuroanatomía, fisiología y comportamiento. Se utilizan para estudiar afecciones neurológicas y lesiones como el neurotrauma, proporcionando información valiosa sobre el impacto de estas enfermedades y posibles tratamientos (Netzley y Pelled, 2023). Este estudio revela dos ideas importantes: primero, los cerdos comparten características con los humanos, incluyendo la capacidad de sentir miedo ante la muerte; segundo, cuando no son descuartizados para saciar la gula humana, son utilizados en la experimentación científica, para satisfacer, también, los intereses humanos.

Los cerdos poseen una gran inteligencia y sensibilidad. Los lechones (reducidos a una pierna en la cena de Navidad y Año Nuevo), cuando alcanzan tan solo tres semanas de vida, reconocen su nombre y responden cuando se las llama. Son sumamente afectuosos y disfrutan de la compañía humana (la de sus verdugos). Además, sus madres pueden caminar por kilómetros hasta encontrar el sitio más adecuado para construir el nido en el que darán a luz y atenderán a sus pequeños. Esto puede tomarles cerca de 10 horas. No obstante, después de nacer, es común que se castre a los lechones y se les corte la cola sin anestesia, para evitar lesiones ocasionadas por el síndrome de estrés porcino (SEP) que ocasiona el confinamiento.

Imagina que alguien, con un poder moral superior, te separa de tu progenie recién nacida después de solo dos o tres semanas, para luego ser devorada en un festín. ¿Sabías que cuando los cerdos huelen la sangre, se resisten a avanzar? Existe evidencia de que, a pesar de los intentos por aturdirlos antes de matarlos, algunos de ellos permanecen conscientes cuando se les cuelga boca abajo, patean e intentan escapar hasta que finalmente son degollados. ¿Realmente te resulta placentero que tu plato decembrino sea el resultado de un acto de tanta crueldad?

Por tradición cultural, en muchas zonas rurales de Costa Rica, las personas acostumbran matar cerdos en Navidad. Este acto se considera moralmente normal. La crueldad comienza al tomar al cerdo y ofrecerle comida o amarrarlo a un tronco si se niega a comer. Mientras el cerdo come, se le golpea con un mazo para aturdirlo. Una vez aturdido, se le clava un cuchillo filoso en el cuello para extraer su sangre y una estocada profunda en el corazón. A veces, la estocada no es certera y el animal lucha por su vida, lanzando chillidos de dolor mientras recibe múltiples puñaladas hasta ser doblegado. En otros casos, se le da un hachazo en el cuello mientras come. Es una tradición moralmente normalizada y doblemente macabra porque las familias, incluidos los niños, observan en círculo el sangriento espectáculo del brutal asesinato. Esta actitud contemplativa de no apreciar el dolor en un ser impotente es moralmente aceptada. El animal que muere es un sujeto moralmente valorado. Es el tamal que te alimenta.

Desde diversas perspectivas filosóficas y psicológicas (Dohnt y Hodson, 2020) se ha explorado ampliamente porqué nuestras actitudes hacia los animales son tan poco coherentes y absurdas. Nos resulta enternecedor ponerle un suéter a nuestro perro, pero nos deleitamos en el pasillo del supermercado eligiendo la mejor opción de carne, entre los muchos cadáveres de animales que se exhiben. Esta es la moral que consumes.

El consumo de carne tiene un arraigo profundo en nuestro sistema de creencias, lo que significa que consumes carne o eres carnista porque así lo decidiste. Este sistema de creencias se denomina carnismo y te condiciona a comer determinados animales. Para evitar confusiones frecuentes, es importante aclarar algunos elementos conceptuales. Primero, no eres una persona carnívora; a diferencia de los animales carnívoros estrictos, no necesitas comer carne para sobrevivir. Segundo, tampoco eres meramente omnívoro, ya que no necesitas consumir una combinación de animales y plantas para sobrevivir. Esto quiere decir que tus elecciones nutricionales no pueden atribuirse a un imperativo biológico, sino que son más bien una elección ideológica. El carnismo es una ideología cargada de violencia sistemática. Para que esta ideología perdure y sea rentable para quienes se benefician de la explotación animal, es necesario mantener niveles exacerbados de violencia.

Como sostiene Joy (2013), las ideologías violentas cuentan con mecanismos de defensa que permiten que gente compasiva apoye prácticas inhumanas sin darse cuenta ni siquiera de que lo hacen. Pero ¿qué sucede cuando sí tenemos consciencia de las prácticas violentas hacia un animal? Posiblemente optemos por distorsionar la realidad o negarla. Es decir, como solamente se asesinan cerdos para Navidad y se trata de una festividad sagrada para muchos, la práctica se legitima como algo ocasional y necesario. Esto no es más que un mecanismo de evitación. Al consumir los restos de estos animales, anulas su existencia, les atribuyes una invisibilidad simbólica y, de esta manera, te resulta más fácil comerlos acompañados de café o envueltos en una tortilla.

Desde la psicología social, estas estrategias de apartar la vista de lo que nos incomoda se conocen como disonancia cognitiva (Peden, Camerlink, Boyle, Loughnan, Akaichi y Turner, 2020). Esta disonancia es la causa de que, mientras los perros y gatos son elevados emocionalmente al estatus de familia, los cerdos –igualmente inteligentes y emocionales– sean condenados a una existencia de miseria y a una muerte sistemática en los patios de las casas, como parte de una tradición perversa.

Te invitamos a reconsiderar si realmente necesitas comer animales para vivir. Especialmente, te pedimos que reflexiones sobre el sufrimiento de los animales y la muerte horrorosa que experimentan para satisfacer un capitalismo carnista y una gula alimentaria injustificada. La ética animal busca un cambio en la moral tradicional. Queremos cuestionar directamente la actitud normalizada de asesinar cerdos, para luego envolverlos en hojas de banano o marinar lechones y exhibirlos pomposamente sobre la mesa. No solo la felicidad humana importa. Somos simplemente una especie más habitando este planeta, pero una especie particularmente dañina.

Referencias

de Souza Valente, C. (2025). Repensando la sensibilidad: los invertebrados como dignos de consideración moral. Journal of Agricultural and Environmental Ethics, 38(3). https://doi.org/10.1007/s10806-024-09940-2

Dohnt, K., & Hodson, G. (Eds.). (2020). Why we love and exploit animals: Bridging insights from academia and advocacy. Routledge, Taylor & Francis Group.

Joy, M. (2013). Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas: Una introducción al carnismo. Plaza y Valdés Editores.

Netzley, A. H., & Pelled, G. (2023). The pig as a translational animal model for biobehavioral and neurotrauma research. Biomedicines, 11(8), 2165. https://doi.org/10.3390/biomedicines11082165

Peden, R. S. E., Camerlink, I., Boyle, L. A., Loughnan, S., Akaichi, F., & Turner, S. P. (2020). Belief in pigs’ capacity to suffer: An assessment of pig farmers, veterinarians, students, and citizens. Anthrozoös, 33(1), 21-36. https://doi.org/10.1080/08927936.2020.1694304

Opinión, Navidad