Visiones políticas sesgadas que destruyen la educación
Por: Wilmer Casasola Rivera, Ph.D.
Escuela de Ciencias Sociales, TEC
Para que una mentira política tenga la posibilidad de convertirse en realidad, se necesitan dos elementos básicos: un político que formule una propuesta y un ciudadano que la crea. A mayor cantidad de personas que aceptan la mentira, mayor será su impacto social.
Las mentiras políticas le han costado muy caras a la sociedad. Lo más interesante es su recurrencia. Siempre tienen validez en el ciudadano. En cada campaña se evidencia la validez filosófica de la tabula rasa y el eterno retorno de la mentira verdadera. Parece que siempre hay mentes en blanco, dispuestas a aprender dolorosamente de la experiencia negativa, del error, de la mentira. Pero como es un ciclo eterno, cada cuatro años, inicia nuevamente el despertar de la conciencia ingenua: la mente vuelve a su estado de quietud sonora. Abrimos la ventana, después de sufrir un huracán de errores, de desilusiones, de proyectos inconclusos, y de forma mágica… miramos cómo poco a poco la hierba crece, las flores brotan en cada esquina, los conejillos salen de sus madrigueras, mueven sus narices, olfatean el aire fresco; los pajarillos cantan, el cielo es azul y las nubes blancas, espumosas, y hasta sonríen… Todo es felicidad. Incluso, hasta cabe la posibilidad de que cartaguito sea campeón…
El 27 de mayo (2021), en un noticiero nacional, con un espacio de discusión política, denominado Café Política, un candidato afirmaba su plan educativo para Costa Rica:
“Una política de formación del talento humano, es decir, dirigir los estadios de la educación en Costa Rica para que nos dediquemos realmente a estudiar fundamentalmente aquellas materias y aquellas carreras que tienen que ver con la Ciencia con la matemática con la innovación que los jóvenes puedan salir hablando inglés de los colegios” (sic).
Veamos la concepción pedagógica de este precandidato a ser candidato a la presidencia de la República. Es decir, veamos su filosofía de la educación, o bien, su modelo pedagógico.
- El talento humano es fundamentalmente una formación en ciencia, en matemática y en innovación.
- Las carreras fundamentales son ciencia, matemática, e innovación
- Los estadios de la educación en Costa Rica son ciencia, matemática, e innovación
- Los jóvenes saldrán hablando inglés de los colegios.
Quisiera comentar este último aspecto, porque tiene un pequeño problema pedagógico que es urgente solucionar. ¿Quiénes impartirán clases de inglés? ¿Acaso el talento humano capacitado en ciencia, en matemática o en innovación? Supongo que, los profesionales que se dedicarán “realmente a estudiar fundamentalmente” estas carreras, asumirán la tarea de innovar científica y matemáticamente, un plan de enseñanza de inglés, para que los jóvenes puedan salir de colegio hablando inglés. También cabe pensar en Duolingo, como plan B.
Estas visiones sesgadas auguran la verticalidad que puede sufrir el financiamiento a la educación pública de muchas disciplinas si, desde un “laboratorio prospectivo y de innovación” (como lo quiere la ley de empleo público, en manos de alguna política de turno), se determina, bajo criterios pragmatistas y carentes de auténtica prospectiva, la cultura educativa de un país.
Sorprende que algunos hablen de innovación, como un elemento independiente de una serie de procesos cognitivos. La creatividad no es un asunto que brota en un tubo de ensayo. Es la articulación sistemática de una educación integral. La música, la literatura, las artes plásticas, el deporte, las habilidades metacognitivas que se adquieren a través de la lectura científica, filosófica, social, entre otros, permiten un cerebro dinámico, preparado para responder a problemas sociales de forma creativa.
Aquí estamos en frente de una visión fragmentada de la realidad educativa. Olvidamos que la función de todo sistema depende de su estructura y que un sistema existe dentro de un sistema más grande (Ludwig von Bertalanffy). Así, la ciencia, la matemática o la innovación (…), no están fuera de otros sistemas culturales y socioeducativos. Se percibe la ciencia y la tecnología, como asuntos independientes de las otras disciplinas sociales. Un buen investigador educativo sabe que no se puede hacer una separación entre cultura, ciencia y tecnología, u otras áreas de conocimiento.
El diseño de una política educativa condiciona la cultura educativa de un país. Es una tarea compleja. No se puede dejar en manos de antojos políticos o visiones comerciales. Un modelo educativo, en cualquier nivel de la educación, determina el tipo de profesional que se arroja al mercado social. Pero, sobre todo, condiciona el futuro de una sociedad. Dependiendo del modelo de gestión educativa que tenga una institución, así será una sociedad a mediano o largo plazo.
La universidad es la gestora de conocimientos, de competencias y de habilidades, no solo científicas o tecnológicas, sino artísticas y culturales. Delimitar el desarrollo de un país a un tipo específico de ciencia, demuestra un vacío intelectual comatoso.
Hay muchos retos que tiene que asumir la formación educativa. Posiblemente, tenemos que aprender a gestionar un cambio cultural cognitivo: preparar para gestionar la innovación política. Esto supone preparar profesionales y ciudadanos con criterios más rigurosos a la hora de delegar control y poder a quienes pretenden administrar el destino de un país. Tenemos que abandonar ese romanticismo cafetalero de considerar que en este país cualquiera puede ser diputado o presidente si tiene representación. Diseñar políticas públicas y diseñar el fracaso o éxito de un país, no es un asunto de participación democrática desmedida. La idoneidad académica debería ser un requisito fundamental para las personas que quieren participar en política, y nuestros criterios de elección deberían ser más rigurosos y exigentes. No es un campeonato nacional de fútbol lo que se está jugando, sino el futuro de un país. Por eso, gestionar un cambio cultural cognitivo en la forma de analizar la política costarricense es nuestro gran reto como educadores.
La elección del 2018 nos colocó ante el dilema Fishman: elegir entre lo menos malo. O dejábamos todo en manos del báculo de Moisés y de la inexperiencia, o bien optábamos por la inexperiencia y las campanas de Hemingway.
Así, la elección de una presidencia, compromete siempre la individualidad social. Pero también, decidir quiénes encuban los escaños por un largo periodo, demanda de un giro cognitivo, de una nueva cultura política social. Esto supone deliberar racionalmente, quiénes moldearán anatómicamente los escaños durante cuatro años o quiénes tienen las capacidades para trabajar en proyectos que fomenten el bien común, y no sus mezquinos intereses particulares.
Diseñar mentiras es tan complejo como diseñar verdades. Sin embargo, la clave para discernir una de otra, está en el diseño de la propuesta. Diseñar propuestas implica evidenciar las estrategias a seguir, anticipar la forma de alcanzar resultados concretos. Es decir, cómo. Así que, podemos hablar (incluso en lenguas), escribir, gritar, predicar, cantar… Pero, luego del furor, tenemos que especificar cómo el discurso lindo (y no pocas veces feo y vacíos de formación académica) se concretará en acciones y resultados medibles.
Estoy seguro que muchos podrían ofrecer ejemplos de dirigentes políticos que han logrado hazañas sociales aceptables, quizás sin atributos en su formación. Pero, para recordar al estagirita: una golondrina no hace verano. Es importante enfocarse en una prospectiva política socialmente aceptable. La improvisación en el diseño de políticas públicas no puede ser la lógica que mueve a los partidos políticos. Por otra parte, como sugiere Robert Greene, debemos combatir deliberadamente el pasado, el viejo modo de hacer las cosas. Esto tiene más fuerza, si la forma tradicional de hacer las cosas conduce a errores sociales.
Es importante prestar atención a aquellos candidatos que tienen la capacidad de diseñar políticas públicas factibles y aquellos que ofrecen un simple perifoneo panfletista.
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Las opiniones aquí vertidas no representan la posición oficial de la Oficina de Comunicación y Mercadeo y/o el Tecnológico de Costa Rica (TEC).