El prestigioso premio Alfaguara de novela de este año se lo llevó el escritor y periodista español Sergio del Molino (Madrid, 1979) con la obra Los alemanes, un texto que se presenta como una novela histórica y un drama familiar. El telón de fondo de la historia son los "alemanes del Camerún", seiscientos alemanes que, en 1916, durante la Primera Guerra Mundial, se entregaron a las autoridades coloniales españolas en busca de refugio y se instalaron en Zaragoza, donde fundaron una pequeña pero unida y orgullosa comunidad. Historias de migraciones similares abundan, incluso en Costa Rica, donde adquirieron tintes similares.
El texto, ubicado en nuestro presente, es decir, 100 años después de la llegada de los alemanes del Camerún, se centra en los descendientes de una de esas familias: los hermanos Schuster. Gabi, un músico cuyo entierro inicia la novela; Fede, profesor en una universidad de Ratisbona; y Eva, política en Zaragoza. Los tres, a su modo, han abdicado de su pasado, y con justas razones.
Reencontrados en Zaragoza por la muerte de Gabi, Fede y Eva se ven obligados a enfrentarse con el pasado, con la historia de aquellos alemanes de los que se sabe poco, y en específico con la historia de su propia familia, los Schuster, dueños durante años de una fábrica de salchichas. Un diploma de charcutero, a nombre del bisabuelo Schuster, sellado en Hamburgo, se expone en la casa paterna como si fuera el escudo de la familia.
Durante años, Eva y Fede han vivido en relativa paz, pero con la sombra de la violencia que su padre ejerció, la cual es a su vez la violencia del pasado alemán, uno que durante la dictadura de Franco extendería vínculos con el nazismo (nada raro tampoco, eventos así sucedieron durante el tiempo de León Cortés en nuestro país). La aparición de Ziv Azoulay, un judío interesado en turbios negocios inmobiliarios que requieren del apoyo político de Eva, y también descendiente de un cazador de nazis, complica aún más la situación. Ziv utilizará el pasado de los Schuster, del padre de Eva y Fede, para chantajearlos en procura de ese apoyo, lo que los obliga no solo a conocer ese pasado, sino a lidiar con él.
La propuesta de Sergio del Molino es prometedora, pero como muchas promesas, queda incumplida. El autor pretende dar a conocer una parte desconocida de la historia, la de esos alemanes del Camerún que fundaron comunidad en España y cuyas huellas aún se ven en Zaragoza. No obstante, al final del libro, el lector acaba sabiendo tan poco de aquellos como al inicio: el texto está muy lejos de una novela histórica, como han querido presentarla algunas reseñas. Bien podría haber sido la historia de los alemanes de Costa Rica o de China, porque se dice poco sobre ellos. Más justo es ubicarla como un drama familiar.
Sin embargo, el conflicto es también algo forzado: los pecados del padre no son responsabilidad de los hijos, en particular de uno cuyo estado senil le impide hacerse responsable o ser juzgado, un crimen que los hijos no solo no continuaron, sino que desconocían. Fede, y en particular Eva, acaban por aceptar de forma muy gratuita el sufrimiento por crímenes que no les pertenece ni los representan.
Ciertamente, la novela permite introducir el tema de la reparación histórica, sobre hasta qué punto deben responder las generaciones presentes que se beneficiaron de crímenes realizados por sus antepasados (un tema del que se ha hablado respecto a descendientes de familias que acumularon riqueza y capital con base en la esclavitud). Pero en el caso de la familia Schuster, apenas se ve la línea entre las decisiones del padre y la vida presente de los hijos (más bien, Schuster padre acaba por quebrar la fábrica de salchichas).
La historia, entonces, deja que desear. Incluso resulta difícil pensar que fue la mejor entre ochocientas novelas que se enviaron al certamen. Aunque muy bien escrita, es decir, con gran manejo de la narración en la que se intercalan las visiones de los personajes en cada capítulo, el texto resulta una promesa incumplida: no solo se termina sin saber casi nada de los alemanes del Camerún, sino que la calidad de las primeras páginas, que hacen augurar una gran novela, se pierde ante la debilidad de la trama y lo abrupto del final.