A lo largo de la historia hemos tenido diferentes tipos de crisis humanitarias. Pero hay una crisis humanitaria que nos podría definir como especie: la indiferencia ante el sufrimiento de los otros. Nuestra mayor crisis consiste en practicar una moral de la indiferencia. La moral de la indiferencia consiste en ignorar todo aquello que no es objeto de nuestros intereses inmediatos, egoístas e individualistas. Si nos asociamos es porque existe un interés egoísta común. Ahora bien, si somos ajenos a nuestro propio dolor como especie humana, con mucha más razón seremos indiferentes hacia el sufrimiento de otras especies.
Un giro implica un cambio de dirección. Un giro humanitario implica un cambio cognitivo y emocional. Si no estamos dispuestos a abrirnos emocionalmente ante una situación humana, nuestra sola racionalidad no será suficiente para gestionar cambios reales. Esto lo vemos en las personas que hablan de derechos humanos o de justicia social desde un discurso racionalista, pero que en la práctica cotidiana ignoran o trasgreden a sus vecinos más cercanos. Desde luego, hablar de derechos humanos o de justicia social podría resultar un negocio lucrativo. La ausencia de un componente emocional anula el propio discurso racionalista. Parece que nuestro comportamiento profesional expresa un éxtasis perverso que consiste en anular la humanidad de los otros. De suerte que somos política e ideológicamente correctos. Nos gustan las causas humanamente sociales…
Abandonar el racismo, la homofobia, la xenofobia, la discriminación, el ninguneo profesional, no es un asunto únicamente conceptual, sino emocional. Tenemos que despertar nuestra capacidad emocional humana de abrazar al otro en su diferencia y vulnerabilidad. El deber racional no es suficiente para producir una mejor humanidad. Nuestra capacidad emocional nos acerca más a los otros.
A parte de la vulnerabilidad de muchas personas, hay otras agrupaciones vivientes que no tienen capacidad para liberarse de la opresión, también humana. Los animales viven una existencia de permanente terror frente a un ser humano que los somete a una dominancia cruel. Como dice Soentgen1, el ser humano es el animal dominante en este planeta y el peor enemigo de otros organismos. Esta superioridad le permite engendrar miedo sobre los animales. El miedo que los animales muestran ante el ser humano demuestra el perfil interno del antropoceno.
Examinar nuestros sistemas de creencias y someterlos a un riguroso examen filosófico, nos puede permitir hacer un giro conceptual y ampliar nuestra capacidad humanitaria a favor de otras especies. Para generar un cambio en la forma como hemos asumido la vida de los animales no humanos, se requiere de un giro en nuestra perspectiva. Este giro implica examinar con profundidad las falsas creencias que nos autoriza a ejercer una dominancia brutal en contra de sus vidas y cuestionar nuestro aprendizaje moral. En este sentido, cabe preguntarse a qué llamamos superioridad moral.
Un giro humanitario a favor de los animales implica limitar nuestra perspectiva egoísta de considerarlos simples objetos de consumo y ampliar, proporcionalmente, nuestra capacidad de empatía emocional que reconozca su existencia vulnerable. Una tarea que podemos asumir es promover una educación que capacite a las nuevas generaciones a ampliar su concepto de humanidad para que consideren el respeto por la vida de otros seres. Esto es, ampliar su perspectiva emocional y disminuir todo intento de potenciar una perspectiva moral instrumentalista.
Hemos normalizado el sacrificio de animales en los mataderos como algo moralmente bueno. Esta práctica sangrienta debería convertirse en un asco moral. Pero como no podemos sentir asco moral por aquello que no revuelve nuestras vísceras emocionales, entonces la tarea es trabajar en programas bioéticos que impulsen las competencias éticas en las personas para reconocer la vida de los animales como algo intrínsecamente valioso.
Donaldson y Kymlicka2 consideran que los derechos invulnerables deben extenderse hacia los animales. Todos los animales con existencia subjetiva, es decir, conscientes y sintientes, deben ser considerados sujetos de justicia y tutelares de derechos invulnerables. Esto implica no sacrificar sus intereses más básicos por el bien mayor de otros, en este caso, no sacrificar los intereses de los animales por el bien humano.
Desde luego, nuestro antropocentrismo radical no permite extender la noción de derechos invulnerables a los animales. Nuestra perspectiva instrumental reduce a los animales a simples objetos de consumo. Reducir un animal a simple objeto de consumo es negar el valor de su vida. Por esta razón, no importa que cada día miles de animales son descuartizados en los mataderos, lo que importa es servirse un pedazo aderezado de ese animal. No importa cuánto dolor se les provoque a los animales en la experimentación científica, lo que importa es asegurar un fármaco en bien de la humanidad. No importa la brutalidad con que son tratados los elefantes, los caballos, los bueyes, las mulas, los búfalos, etc., haciendo trabajo forzado, lo que importa es producir al menor costo posible. Me pregunto, ¿cómo nos atribuimos el estatuto de seres moralmente superiores?
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