Los observatorios son una expresión de la actividad académica universitaria: reflejan la filosofía de una universidad. La madurez académica de una universidad se refleja cuando invierte en espacios para analizar, discutir y evaluar los alcances de la investigación que realiza. Esto se traduce como un compromiso social universitario.
¿Qué es un observatorio?
Un observatorio hace referencia al lugar desde donde una persona o conjunto de personas puede hacer observaciones o a los instrumentos que permiten hacer estas observaciones. Desde su etimología latina, significa examinar o mirar con atención. Pero, vayamos más allá de estos esbozos escolares de diccionario para contar con una mejor comprensión de lo que es o puede ser un observatorio.
En el campo de la ciencia y la tecnología (CyT), se registra la primera creación de un observatorio en el año 1990. A partir de este observatorio, se han creado muchos otros en diferentes países con el objetivo de gestionar información para transformarla en conocimiento que pueda utilizarse en diferentes ámbitos (De la Vega, 2007). Por otra parte, existen diferentes tipos de observatorios con finalidades específicas, dentro de ellos, los vinculados al ámbito social.
Un observatorio permite observar algo. A través de la observación podemos examinar, analizar, evaluar, monitorear y dar seguimiento a un objeto de estudio con el fin de obtener una visión amplia y crítica de las diversas problemáticas sociales que se presentan. Desde una perspectiva social e interdisciplinar, por ejemplo, se puede exponer el conjunto de problemáticas éticas, metodológicas, jurídicas, técnicas, ambientales, etc., asociadas a un determinado proyecto de investigación.
¿Por qué un Observatorio de Bioética?
Un observatorio puede tener muchas funciones, según el fenómeno que se quiere observar y analizar. Independientemente del fin, un observatorio tiene dos objetivos básicos: la investigación de un fenómeno y la divulgación del conocimiento observado. Un observatorio de bioética es un espacio que puede enriquecer la academia al unificar intereses profesionales con un objetivo claro: observar el quehacer investigativo desde criterios bioéticos para orientar la toma de decisiones socialmente responsables. Un observatorio de bioética se puede conformar como una unidad básica de investigación.
Un observatorio de bioética consolidado es el “Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona”, creado en el año 1995. La gestora de esta idea fue la profesora María Casado. Este observatorio ha impulsado la formación e investigación en bioética y ha consolidado a grupos de investigadores. Como derivación de este esfuerzo, el OBD ha permitido la creación de másteres, así como las líneas de investigación doctoral en Bioética. Otro producto importante de este observatorio es la edición de la Revista de Bioética y Derecho desde el año 2004 (García, 2021). El objetivo de este observatorio, como se puede leer en su página, es analizar las consecuencias éticas, legales y sociales de la biotecnología y la biomedicina. Persigue proporcionar argumentos y propuestas que sirvan para tomar decisiones que contribuyan con una sociedad más transparente y democrática.
Desde luego, no solo la biotecnología y la biomedicina podrían ser objeto de análisis bioético, sino una gran variedad de investigaciones, entre ellas, las sociales. Esto porque existen muchos dilemas bioéticos en la investigación científica, tecnológica y social. La investigación científica social no escapa de cuestionamientos éticos o bioéticos.
Cualquier persona, desde cualquier profesión, puede producir pensamiento científico, filosófico, artístico, cultural. Pero esta producción de conocimiento podría presentar problemáticas que requieren de análisis bioético. Ahora bien, es plausible pensar en algún fósil viviente cognitivo enquistado en viejos esquemas epistemológicos reduccionistas o cientificistas, que enarbole aún el concepto de una Ciencia. Esto implica que solo algunos hacen Ciencia y que solo esta comunidad científica tiene la capacidad para dictaminar éticamente sus propios resultados. Ante estas murallas racionales, el diálogo inteligente es (científicamente) imposible…
La investigación científica podría provocar problemas bioéticos. Pensemos en las investigaciones biomédicas con poblaciones vulnerables (como aquellas que vinculan a poblaciones indígenas), en el extractivismo en la investigación social que convierte a las personas (comunidades vulnerables) en objetos de información sin retribuirles nada, en el uso de animales no humanos en la investigación experimental, en la crueldad hacia los animales no humanos en la investigación farmacéutica y cosmética, en la asignación de presupuesto y malversación de fondos en la investigación, en la alteración de datos para forzar una hipótesis, en el acto de involucrar profesionales en investigaciones sin competencias demostradas para recibir un presupuesto, en la alteración de información en los consentimientos informados que no especifican los fines de la investigación, en el uso de animales no humanos en neurociencia, etc. Pero otros asuntos, aparentemente inocentes, tienen también problemas éticos y bioéticos de fondo. Por ejemplo, poco se advierte sobre el trasfondo ideológico de las revistas académicas (presupuesto público). Algunas revistas académicas se convierten en nichos ideológicos que privilegian ciertas investigaciones políticamente correctas y obstruyen el proceso de publicación de otros trabajos bajo argumentos inconsistentes, porque no interesa divulgar cierto conocimiento, pero sí promover el ascenso de ciertos grupos de preferencia. Estos son asuntos que no suelen discutirse desde criterios bioéticos y éticos.
Cuando no estamos dispuestos a analizar los dilemas éticos asociados a una investigación científica o tecnológica, es porque nos orientamos por un pragmatismo industrial. Esta forma de pensar recoge la lógica del imperativo comercial: se investiga aquello que se puede traducir en términos de retribución económica inmediata. Por esa razón, ciertas investigaciones artísticas, filosóficas o culturales no tienen un espacio de apoyo dentro de esta lógica financiera.
La capacidad de analizar éticamente la propia moral es una señal de madurez filosófica. Es la capacidad de someter a juicio la práctica moral casera desde un riguroso análisis ético. Si no podemos formular un análisis ético de la propia moralidad es porque nuestra etapa de crecimiento moral logró un estado de complacencia dogmática: rechazamos las valoraciones éticas externas de nuestras acciones porque somos portadores de una moral correcta e impermeable. La persona en estado de complacencia moral dogmática rechaza toda valoración ética externa porque su moral canónica determina lo correcto o incorrecto de sus acciones. Estos esquemas cognitivos dificultan la posibilidad de ambientes humanos con sentido ético.
Ahora, pensemos en esta lógica dogmática individual, pero aplicada a agrupaciones humanas materializadas en empresas, partidos políticos, clínicas, transnacionales, institutos de investigación, organizaciones, instituciones, asociaciones, colectivos, etc. Cada uno de estos gremios resuelven sus asuntos desde sus propios esquemas de razonamiento moral y, algunas veces, desde un imperativo comercial. El estado de complacencia moral dogmática permite el surgimiento de una cultura moral instrumentalizada que promueve el rechazo o indiferencia ante cualquier evaluación ética externa.
Cuando el análisis bioético está ausente del quehacer científico, tecnológico y comercial, los problemas sociales que se derivan de una investigación se justifican por el bien mayor que producen. Se asume una postura cívica, pero pasiva, de análisis instrumental que valora el resultado por el bien el exhibido. La utilidad comercial justifica la omisión de los dilemas éticos. Por esta razón, no percibimos ningún problema ético en la experimentación con animales no humanos, porque beneficia la ilusión egoísta de progreso científico y tecnológico a favor de la humanidad. Tampoco cuestionamos a las empresas que se enquistan en nuestras tierras como agentes destructores de ecosistemas, porque mantenemos la ilusión de que son proveedoras de un bien social mayor: generar fuentes de empleo. Así como tampoco nos importa destruir un patrimonio arqueológico para levantar las bases de la supuesta economía local. La ilusión tóxica de progreso silencia los problemas bioéticos de fondo.
Si la ética es la herramienta que permite analizar los alcances y límites de nuestra propia moralidad, la bioética es la herramienta que analiza la moral instrumentalizada en la investigación. Esta moral instrumentalizada ha tomado diferentes aspectos para justificar un fin sin tener que considerar éticamente los medios: neutralidad, racionalidad, objetividad, interés por el saber… Es como la Razón de Estado.
La bioética es también un instrumento. Este instrumento persigue autonomía como saber: un marco epistemológico que justifique la forma como produce conocimiento. La bioética no es un saber aislado, sino el resultado de un trabajo colaborativo que requiere de la participación de muchos saberes. En el caso de un observatorio, la bioética se enriquece a través de una racionalidad cooperativa: un conjunto de personas que estén dispuestas a producir e intercambiar ideas para aumentar el conocimiento de los problemas bioéticos asociados a una investigación.
Esta racionalidad cooperativa, que se aplica, de acuerdo con Tomasello (2019), para explicar los comienzos de la moralidad humana, también se puede aplicar para dar cuenta de nuestro comportamiento ético actual. La racionalidad cooperativa requiere de capacidad dialógica: la capacidad de ofrecer argumentos y recibir argumentos en una comunidad de respeto por las ideas. Esto quiere decir que debemos asumir con seriedad y honestidad las ideas que nos ofrecen. En las conversaciones y disputas, estamos más interesados en contraargumentar que en escuchar el valor de una idea. Antes de que nuestro interlocutor finalice una idea, estamos gastando energía para rechazar sus planteamientos. La finalidad es demostrar que la idea no es buena y ganar. Pero ¿ganar qué? Nos gusta diluir ideas, aunque pocas veces las producimos.
Esto no quiere decir que no tengamos que exigir una buena argumentación. Como asevera el psicólogo social Jonathan Haidt junto a G. Lukianoff (2019), cuando somos capaces de desafiarnos en una comunidad que comparte las normas de la evidencia y la argumentación y nos exigimos razonamientos de calidad, las afirmaciones se refinan y avanza nuestra comprensión de la verdad.
La bioética, desde su nacimiento, ha intentado orientarse por esta filosofía: desafiar la normalidad con la que recibimos la bondad de la ciencia a través del análisis y la argumentación de calidad para contar con otras perspectivas de la Verdad. Entonces, ¿por qué no crear un Observatorio de Bioética? Nuestras habilidades y competencias profesionales pueden orientar el análisis y la toma de decisiones socialmente responsables. Solo ocupamos de socios colaborativos. Hacer Universidad es posible.
Fuentes citadas en este este artículo de opinión
- De la Vega, I. (2007). Tipología de Observatorios de Ciencia y Tecnología. Los casos de América Latina y Europa. Revista española de documentación científica, 30(4), 545-552.
- García Manrique, R. (2021). El Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona cumple 25 años. ANUARIO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO, 527-528.
- Haidt, J. y Lukianoff, G. (2019). La transformación de la mente moderna. Deusto
- Tomasello, M. (2019). Una historia natural de la moralidad humana. Ediciones Uniandes.
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