La literatura especializada señala una variedad de factores comunes asociados a la procrastinación. Los factores que más destacan son la ansiedad, el estrés, el ocio, las influencias familiares, los aspectos sociodemográficos y culturales, así como la carencia de habilidades en la gestión del tiempo. También hay ciertos estudios que destacan la influencia del sexo en esta conducta, pero no son concluyentes.
Se pueden utilizar diferentes enfoques para estudiar la procrastinación como fenómeno social. Sería interesante investigar si existen bases neuropsicológicas de la procrastinación, con la intención de conocer si la conducta procrastinadora tiene una explicación a nivel de estructuras cerebrales. Se pueden implementar muchas técnicas de investigación para corroborar esto, como exploraciones neuropsicológicas a través de la aplicación de baterías, realizar diseños ad hoc o recurrir a un sofisticado equipo tecnológico para explorar el cerebro en condiciones reales. Lamentablemente este tipo de investigaciones no cuentan con apoyo de ciertas instituciones universitarias. Es plausible pensar que el desinterés se debe a que estas investigaciones no producen dinero. Entonces, bajo esta variable ingrata, podrías realizar otro tipo de investigación con tiempo y presupuesto autofinanciado (entiéndase, de la propia bolsa o salario), que midan ciertos rasgos o indicadores de esta práctica. Así, podríamos conocer mejor la cultura universitaria que tenemos e implementar o diseñar estrategias de intervención.
El estrés está fuertemente asociado con la conducta procrastinadora. Los estudiantes universitarios que son más susceptibles de sufrir estrés, tanto externo como interno, tienden a procrastinar más. Por el contrario, los estudiantes universitarios con menores niveles de estrés, no suelen procrastinar y tienen un mejor resultado académico. La ansiedad es otro elemento clave de la conducta procrastinadora. Los rasgos de personalidad ansiosa se asocian directamente con la procrastinación. De esta forma, cuanto mayor es la ansiedad en un estudiante universitario, mayor es el riesgo de procrastinar en las actividades académicas que tiene que cumplir.
La gestión del tiempo es una habilidad blanda fundamental para alcanzar un alto nivel de productividad académica o laboral. Gestionar adecuadamente el tiempo nos permite ser personas más productivas. Con una adecuada gestión del tiempo logramos cumplir metas sin que nuestra vida se cargue de estrés tóxico o de ansiedad inducida.
La dificultad para gestionar adecuadamente el tiempo se ha relacionado con la conducta procrastinadora. La procrastinación impide o dificulta que un estudiante logre establecer un cronograma de trabajo que le permita gestionar su tiempo de manera óptima. La dificultad para gestionar el tiempo provoca que la procrastinación se convierta en una respuesta automática. El hábito de posponer la realización de actividades académicas se potencia cuando no se logra gestionar estratégicamente el tiempo. Al potenciar la inactividad, no se percibe la fuga de tiempo. La falta de capacidad para organizar el tiempo y fijar metas de estudio es un factor clave de la conducta procrastinadora y la razón por la cual un estudiante obtiene resultados negativos.
En cuanto a los factores sociodemográficos, existe cierta discrepancia en si esta particularidad influye o no en las conductas procrastinadoras. Por un lado, se cree que el factor sociodemográfico no representa un predictor de conductas procrastinadoras, por otro, se cree que el ambiente sociocultural es la clave del hábito procrastinador. Esto sugiere que las familias tienen un rol importante para potenciar el hábito procrastinador o para estimular estrategias que bloqueen esta conducta.
Finalmente, se atribuye al ocio un indicador clave de la procrastinación. Por lo general, los estudios hacen referencia al ocio dedicado a navegar por internet y a la adicción a las redes sociales. En el contexto universitario, se podría entender el ocio negativo como la actividad que no proporciona ningún beneficio académico a los estudiantes. Las conductas ociosas no productivas apartan al estudiante universitario del cumplimiento de las diferentes tareas que debe realizar en un tiempo determinado. Es un tiempo que se diluye de forma improductiva.
El ocio negativo no es lo mismo que los espacios de recreación positiva, necesarios para estimular el cerebro y reenfocarse en los estudios posteriormente. La recreación positiva nos permite llenarnos de energía, de motivación, de entusiasmo. Algo tan simple como salir a caminar, luego de horas de trabajo o estudio, permite la reflexión, la oxigenación mental para pensar de forma más clara, más aguda, más estratégica. Caminar y reflexionar es una vitamina emocional. Pero el ocio negativo es un prolongado acto de inactividad intelectual.
La procrastinación se vuelve involuntaria. Surge como consecuencia de un mal hábito en el manejo responsable de las actividades que tenemos que realizar. Cuando tenemos espacios inactivos, somos más propensos a caer en conductas ociosas negativas que no nos enriquecen intelectualmente. El círculo vicioso se genera porque procrastinar es posponer la ejecución de una tarea y el ocio negativo nos aísla y distancia de las responsabilidades que tenemos que realizar. Ese ocio inútil estimula al cerebro con actividades sin importancia, pero lo mantienen en estado de complacencia, segregando feliz y placenteramente serotonina y dopamina. Nosotros preparamos al cerebro para que se convierta en un procrastinador.