Por: Wilmer Casasola-Rivera*
Escuela de Ciencias Sociales
Tecnológico de Costa Rica
*Máster en Bioética
Quisiera desarrollar tres ideas en torno a la condición de los animales no humanos, en lo que tiene que ver con el destino que hemos diseñado para ellos. La primera idea tiene que ver con la obsesión humana de comer animales. La segunda idea tiene que ver con la vestimenta que implementamos a partir de piel animal. La tercera idea se relaciona con nuestra moral especista.
Las personas que intentan defender su posición moral carnista, suelen formular ideas de todo tipo (algunas en tono de burla) para enrostrar a los defensores de los animales no humanos que también ellos son especistas. Entonces indican que comer vegetales los hace especistas, porque se alimentan de seres vivos o bien... Si una persona equipara partir una zanahoria en cubitos con descuartizar un animal, dotado de un complejo sistema nervioso que le permite expresar prácticamente las mismas emociones humanas, especialmente pánico cuando va a ser ejecutado, poco espacio queda para para el razonamiento y la discusión inteligente…
No quisiera ocuparme de discusiones acerca de si un zancudo merece vivir al mismo nivel que un cerdo o cualquier otro animal. No quisiera discutir cuántos cerdos caben en la punta de un alfiler (…) Pero sí quisiera promover la idea ética de reconsiderar nuestra actitud moral hacia los animales para no verlos como objeto de consumo.
La competencia ética no es un discurso, sino práctica real. Por ejemplo, hablar de derechos humanos e ignorar al más humano de todos: al colega que se tiene a la par… Hablar de feminismo y ser un transgresor de la condición social de las mujeres. Hablar de pensamiento crítico y vivir adoctrinado con posturas ideológicas. O bien, el más siniestro: hablar de ética animal y comer animales (en “chicharrones”) Ese tipo de panfletismo ético es deleznable (entiéndase, escupible…).
El cadáver de un animal no niega su existencia. Tener conciencia de este cadáver, como de cualquier otro cadáver, es mantener presente su existencia. Quizás por este motivo, nosotros, los seres humanos, realizamos todo un culto al difunto, para recordar su existencia. Pero a aquí la conciencia recuerda la existencia de forma favorable. Sin embargo, la conciencia que devuelve presencia a la existencia de un animal no humano, a su cadáver, es a través de la permanencia objetiva de sus residuos orgánicos: su piel. La piel de los animales a los que suprimimos su existencia permanece como una huella ontológica sobre nuestros cuerpos o a través de diferentes objetos de uso en la cotidianidad moral normalizada. Los animales no humanos persisten, después de ser devorados, como objetos.
La objetualización de los animales no humanos es más amplia de lo que podríamos suponer. Asumir una ética antiespecista es un reto racional y emocional a la vez. Implica realizar un giro conductual de nuestros hábitos normalizados. Si la cultura social normalizó nuestra conducta moral especista, la cultura ética podría liberarnos de esta normalidad moral e invitarnos a reconsiderar nuestro sistema de creencias depredador.
El delirio carnista. Los humanos sufrimos un delirio carnista. Comer carne es una obsesión delirante. Este delirio prioriza el placer del paladar y anula la capacidad ética de reconocer que nuestro placer gastronómico se base en la muerte de animales.
Nos alimentos a costa de sufrimiento, de miedo, de terror. El trozo de carne que hervimos o freímos, antes fue un ser viviente con existencia propia, con capacidades cognitivas y afectivas. Luego, un ser decapitado, descuartizado. No solo es un cadáver lo que está en el plato, es la negación de vida de otra especie y la participación activa de una matanza sangrienta diaria. El delirio carnista es la obsesión humana de comer animales, de comer cuanta cosa tenga capacidad de movimiento. Este delirio, por cierto, nos ha conducido zoonóticamente a una pandemia persistente.
A través de la publicidad normalizamos este delirio carnista. Incluso, caricaturizamos la muerte de los animales no humanos: en las carnicerías mostramos a un cerdo sonriente, invitándonos a comerlo o mostramos un pollo feliz que se venderá rostizado. A través de la caricatura y de los dibujos animados normalizamos una insensibilidad moral en los niños al mostrarles que los animales no humanos están felices de ser comidos. ¿Podríamos imaginar cómo sería una sociedad donde existan grandes vallas publicitarias que muestren a seres humanos sonrientes porque van a ser asesinados, descuartizados y vendidos por kilos para el consumo de otra especie? El delirio carnista anula la capacidad ética de percibir sufrimiento en cualquier otra especie.
No existe ninguna posibilidad de pensar que este delirio carnista es parte de una cadena trófica. Nosotros no pertenecemos a esta cadena. No contribuimos con esta cadena. Somos el eslabón que se esconde, que caza a larga distancia. Somos extinguidores profesionales.
Estética cadavérica. Los humanos sufrimos otro tipo de delirio: encuerarnos. Percibimos el cuero como atributo estético, como un sinónimo de elegancia, de calidad, de superioridad económica.
La piel es parte de nuestra identidad, independientemente del color que llevemos puesto. En nuestra historia humana hemos tenido, y seguimos teniendo, grupos considerables de personas que atribuyeron superioridad e inferioridad al color de la piel. Estos grupos (de personas) justificaron la esclavitud sobre una población porque su color de piel era diferente. Aun hoy, estas agrupaciones continúan justificando un racismo desmedido.
Una gran cantidad de seres humanos se obsesionan por una estética cadavérica. Cuando nos obsesionamos con vestir pieles de animales, caemos en una estética cadavérica. Toda prenda que engalane el ego humano a partir de la piel de otros animales, de otras especies, es parte de esta estética. Parece que nosotros no estamos considerando que, al vestirnos con cueros, con pieles, estamos mostrando un triunfo perverso dominante: la muerte del animal. Exhibimos la muerte de animales en fajas, zapatos, carteras, chaquetas, abrigos, juegos de sala, billeteras, asientos de carro y hasta mecates eróticos para festines sadomasoquistas (Etc.). Esa piel animal que utilizamos para vestirnos es la huella ontológica de un ser asesinado, descuartizado, desollado.
La estética cadavérica contiene la huella ontológica de lo que fue vida. El ser humano ha negado esa vida y en su lugar ha sometido la vida de otras especies a un consumo perverso. La prenda de piel que hoy exhibimos como un cachivache más es un eco ontológico inerte de lo que una vez fue existencia pura.
Moral especista. Nuestro comportamiento moral implica un proceso de socialización conductual. Este proceso provoca cambios en nuestros esquemas cognitivos de pensamiento que se concretan en una normalización de los juicios y de las prácticas morales que ejecutamos. De esta forma, durante los procesos de razonamiento consciente de los juicios morales, podríamos sentir ternura por un “cerdito” o un “ternerito”, pero luego de esta epifanía emocional hipócrita, lo defecamos una vez que hemos saciado nuestro apetito carnista.
El acto fagocitante anula la existencia tierna del animal, ahora servido en el plato con forma de bistec o tira de carne aderezada. Entonces, la moral que hemos aprendido incorpora las emociones como parte de nuestra normalidad, como parte de nuestros ritos emocionales automatizados: sentir ternura por el “animalito”, pero comerse al animalito. El razonamiento moral consciente incorpora como normalidad el acto de desapego de otra especie que será comida. Esta capacidad moral lo podemos desarrollar, en cualquier momento, hacia nosotros mismos en diferentes contextos. De hecho, esto es lo que hemos practicado por mucho tiempo. Las personas que se dedicaron a cazar a otros humanos para esclavizarlos, no sentían ningún remordimiento moral cuando desgarraban de los brazos de una madre a un hijo pequeño para venderlo a diferentes amos. Tampoco estos amos tenían remordimiento moral en abusar sexualmente o romper a latigazos la espalda de un esclavo o esclava, y luego conversar con ellos sobre las tareas a ejecutar.
La consideración moral que tenemos hoy hacia los animales es coherente con el proceso de socialización conductual que hemos heredado. Descarrilar esta conducta moral es una labor difícil. Significa deconstruir nuestra moralidad a través de un examen ético riguroso. Este proyecto filosófico-educativo es generacional.
El filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-1980), nos hablaba de “una moral de acción y de compromiso”. Para Sartre, el individuo se define en relación con un compromiso libre y sincero. Así, el compromiso ético, es absolutamente libre, pero consistente. Asumir una ética antiespecista es asumir un compromiso que se concreta en la acción coherente, no en el discurso instrumental hipócrita.
La vulnerabilidad de los animales no humanos está sometida a un dominio racional. Pero nuestro dominio racional también puede ser revertido. Intervenir a favor de los animales no humanos implica revertir de nuestros sistemas de creencias. El primero: no estamos en una pirámide evolutiva en relación otras especies. Estamos en un rol evolutivo en relación con nosotros mismos. Viajar a otro planeta, editar genes, escribir poesía, crear inteligencia artificial, no nos hace superiores a otras especies. Este el modelo de evolución social que hemos proyectado. Esta supuesta superioridad no tiene por qué involucrar el consumo agresivo de otras especies a las que arrinconamos como animales inferiores.
Pues bien, cabe la posibilidad de que nuestro dominio racional sobre otras especies cambie. Para lograrlo, es plausible empezar por cambiar nuestro modelo de comportamiento. Nuestras decisiones y acciones personales pueden cambiar el modelo social de comportamiento, pueden crear una imagen de lo que podría ser este mundo local. Si no logramos ese gran cambio social, logramos nuestro propio cambio: no participar de una masacre colectiva.
Nota: en el artículo se hace referencia a la obra El existencialismo es un humanismo (1945) del filósofo francés Jean-Paul Sartre.
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