Desde hace muchos años, la academia ha asumido el reto de analizar la condición de los animales no humanos en manos de humanos. Hasta la fecha, existe una abundante literatura al respecto. La importancia de esta intervención académica es el aporte conceptual basado en amplios argumentos que orientan o reorientan nuestras capacidades éticas. Desde luego, en materia de intervención sobre la condición de los animales no humanos, la acción concreta es lo que cuenta. Los novenarios metafísicos o las erotizaciones éticas están vacías de praxis, de estimación ética real hacia los otros animales.
Donaldson y Kimlicka (Zoópolis: una revolución animalista, 2018) consideran que el movimiento de defensa de los animales ha fracasado si se toma en cuenta que la población humana crece y les quita el hábitat a otras especies. El consumo de carne también va en aumento. Nos recuerdan datos de Livestock's Long Shadow, del 2006, donde se indica que los humanos matan a más de 56 mil millones de animales al año para consumo y que para el año 2050 esta cifra se duplicará.
Para que quede claro: la matanza contra seres indefensos para saciar la gula humana aumentará a más de 100 mil millones en unos pocos años. Un holocausto animal moralmente normalizado…
Esta gula sangrienta tiene que ver con nuestra concepción especista. El concepto especismo lo acuña en 1970 el psicólogo Richard Ryder, como título en algunos folletos para promover los derechos elementales de los no humanos. De forma oficial, el concepto aparece en la obra Animals, Men and Morals, de Stanley Godlovitch, Roslind Godlovitch y John Harris en 1971. La idea original de Ryder al hablar de especismo fue ampliar el alcance de la ética en relación con el trato que hacemos hacia los animales no humanos. En nuestros días, el tema del especismo ha sido trabajado ampliamente por el filósofo español Oscar Horta (2004), quien lo considera como una discriminación moral en función de la especie a la que pertenece un individuo.
En lo que concierne al tratamiento social que hacemos con las otras especies con las que compartimos este planeta, el especismo no solo involucra la discriminación, sino que remite a una actitud moral deliberada y arbitraria de considerar inferior a toda especie no humana y con base en esta conveniencia taxonómica, justificar moralmente su utilización como objetos de consumo para beneficio humano. Nosotros, la especie superior (…), tomamos a los animales no humanos como objetos de consumo. Los animales (no humanos) son objeto de consumo para la alimentación, para el trabajo forzado, para la experimentación científica invasiva, para la cacería, para la recreación turística, para liberar dopamina patológica en la tauromaquia, en las peleas de gallos y de perros…, para abusar sexualmente de ellos o violarlos. Incluso, cuentan algunas leyendas metafísicas que también los animales no humanos son utilizados como instrumentos intelectuales, cuando algunos académicos que no tienen ninguna estima ética por los movimientos de liberación animal, hablan de ética animal… Incluso, comen animales…
El especismo tiene que ver con una actitud y práctica moral de considerar inferior a cualquier otra especie no humana. A partir de esta taxonomía moral, convertimos a las demás especies en objetos de consumo. El especismo, al igual que otras posturas morales, se asume de forma voluntaria. Toda práctica moral es el resultado de un proceso de socialización. Somos racistas, homófonos, machistas, xenófobos, clasistas, misóginos, entre otros istas y fobos, porque es la moral práctica que consumimos en nuestras etapas de crecimiento moral. Si llegamos a la adultez con estas posturas morales es porque, en palabras de Lawrence Kohlberg, nunca llegamos a una etapa post-convencional de nuestros criterios morales para actuar. Me inclino a pensar, más bien, que nunca hemos querido llegar a una etapa superior de reflexión ética.
La moral especista anula la existencia de toda especie y la reduce a objeto de consumo. Cuando hablamos específicamente de animales no humanos, como especie ajena a nosotros, asumir esta moral especista significa ignorar por completo el sufrimiento, la tortura, la explotación y la muerte a la que son sometidos. La moral especista es en el fondo una gula perversa.
Existe una íntima relación entre especismo y carnismo. El concepto carnismo lo aborda la psicóloga Melanie Joy en su libro Why We Love Dogs, Eat Pigs, and Wear Cows: An Introduction to Carnism (2010). Joy puntualiza que las personas comen carne, no porque tengan que hacerlo, sino porque eligen hacerlo. Las personas no necesitan comer carne ni para sobrevivir ni para ser saludables. Comen carne porque lo asumen como algo normal.
Y justamente eso es moralidad: asumir una práctica por tradición, por costumbre. La costumbre moral es un barbitúrico para la reflexión filosófica. La costumbre moral aniquila la capacidad ética. De esta forma, el carnismo se convierte en una práctica moral al margen de toda consideración ética. La ética animal nos invita a reconsiderar nuestras prácticas morales en relación con la condición y existencia de los animales no humanos, de las otras especies a las que hemos reducido al nivel de objetos de consumo. El especismo pretende normalizar el acto de comer carne sin considerar que lo que se come es un animal, una especie más existiendo.
Pero in-modestamente somos los “homo sapiens”. Ciertamente tenemos dominio sobre las demás especies. Nuestro dominio es racional. Como sugiere Yuval Harari (Sapiens, 2019), quizás un chimpancé no le gane a este homo sapiens en una discusión (política), pero sí podría despedazarlo como si fuera una muñeca de trapo… Quizás ante desventaja, como diría Jens Soentgen (Ecología del miedo, 2019), los hombres, carentes de fuerza física, se enfocaron en producir armas de largo alcance para evitar que estos animales los convirtieran en trapos de carne.
Nuestra desventaja física desarrolló, poco a poco, una portentosa herramienta: la razón. Esta expresión neurobiológica es el instrumento por medio del cual hemos sometido a toda especie a nuestras necesidades particulares. Nuestro dominio racional reduce a las demás especies a una cosa que existe para satisfacer nuestras necesidades. Nosotros hemos inventado racionalmente el temor y lo hemos puesto en la vida de todas las demás especies no humanas. El temor es parte de nuestras herramientas que permiten garantizar nuestro dominio racional sobre otros seres o, incluso, sobre nosotros mismos.
La capacidad ética no es lo mismo que la capacidad moral. Por capacidad moral podríamos rechazar, sin mucho pensarlo, el aborto. ¿Por qué? Porque según el sistema de creencias bajo el cual crecimos (socialización moral), aprendimos esquemas de pensamiento moral a los que atribuimos cierta validez. A partir de estos esquemas de pensamiento, elaboramos juicios morales sobre lo que consideramos correcto o incorrecto. Pero, al someter voluntariamente a evaluación ética estos esquemas de pensamiento moral, vamos a contar con una mayor amplitud racional de criterios para determinar la validez de nuestro sistema de creencias. La ética nos invita a considerar y reconsiderar nuevos modelos cognitivos de pensamiento en relación con nuestras prácticas morales. Por ejemplo, a partir de una ética antiespecista podríamos empezar a reconsiderar nuestra práctica moral especista y carnista. Aceptar que, lo que representa un disfrute para nosotros, es el sufrimiento y muerte para otros.
No es fácil dejar de creer en lo que se cree, en lo que se ha creído. No es fácil renunciar a un sistema de creencias que ha normalizado nuestra conducta moral. Pero quedarse en la misma zona de confort moral, solo justifica nuestra indiferencia ante el terror, dolor y muerte que experimentan diariamente muchos otros animales. Esta indiferencia moral, por cierto, no le hace méritos al estatuto de especie cognitivamente superior a la cual nos gusta pertenecer. Es decir, esa especie capaz de razonar éticamente.
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