“…ninguna especie es más inteligente que otra, mucho menos en relación con un único criterio y desvinculada de un contexto”
Emanuelle Pouydebat,
Inteligencia animal
La relación entre la crueldad animal y la violencia humana ha sido abordada históricamente por muchos filósofos. Pero también, la indiferencia ante el dolor de los animales no humanos, ha sido objeto de ensayo por otros. Es el caso de Descartes (1596-1650).
Una pequeña gran burla hacia Descartes, no podría venir menos que de la pluma magistral del intelectual François-Marie Arouet, conocido en el mercado social como Voltaire (1694-1778). Cuenta el polímata que “el fabricante de los torbellinos y de la materia estriada” consideraba que “los animales eran simples máquinas que buscaban de comer sin tener apetito, que poseían desde luego los órganos del sentimiento para no experimentar nunca la menor sensación, que gritaban sin dolor, que expresaban su placer sin alegría, que contaban con un cerebro para no recibir en él la más ligera idea, y que de este modo eran una contradicción perpetua de la naturaleza”. Si el hombre, dice Voltaire, tiene ideas, los animales las tienen también.
Esta precariedad de conocimientos etológicos que sufrió Descartes, pero, sobre todo, de insensibilidad ante el dolor de otras especies, no son ajenos a los hombres y mujeres del siglo XXI. Pero también es el miedo moral de reconocer en otras especies una existencia propia, con inteligencia, con emociones, con sentimientos elaborados. Esto porque la especie superior (el humano) decidió justificar racionalmente la inferioridad de los animales no humanos para matarlos, para explotarlos laboralmente, para cazarlos por deporte, para someterlos a su perversión, pese que no existe ninguna justificación ética que pueda negar el derecho que tienen de poblar en igualdad de condiciones este planeta. La justificación irracional de la inferioridad de los animales es una hipocresía moral universalmente compartida para no experimentar remordimiento del abuso que se gesta cada día sobre esta población.
La violencia y crueldad deliberada hacia los animales es una práctica sin distingo de cultura intelectual. Esto nos invita a pensar hasta qué punto la moral práctica de una sociedad o cultura, condiciona dramáticamente los juicios y acciones que hacemos en la vida cotidiana.
El sistema de creencias de una sociedad es el instrumento que permite formular juicios morales sobre lo que se considera correcto o incorrecto. Lo que se sigue, es la justificación racional de acciones morales concretas. Estar en contra de este barbarismo moral hacia los animales, nos convierte en raros, en intolerantes.
La violencia hacia los animales es la radiografía de una sociedad mentalmente enferma y moralmente inferior. Sin embargo, la indiferencia ante la violencia a la que son sometidos muchos animales no humanos, nos hace parte de esta fábrica cultural. Si no somos capaces de intervenir ante la agresión, crueldad y maltrato hacia los animales no humanos, no podemos atribuir superioridad a nuestros razonamientos morales.
Muchos estudios asocian la crueldad hacia los animales como un factor de comportamiento violento en los niños. La “tríada de MacDonald” de 1961, afirma que los niños con antecedentes de enuresis, provocación de incendios y crueldad hacia los animales, son más propensos a cometer actos de violencia cuando alcanzan la edad adulta (Hoffer et. al., 2018). Desde luego que, muchas de estas afirmaciones se han sometido al escrutinio de la psicología clínica para refrendar o rechazar sus supuestos.
En el contexto latinoamericano, otros estudios han encontrado una conexión entre el maltrato animal y la violencia personal en sociedad. De la violencia en contra de los animales de compañía se puede pasar fácilmente a la violencia humana familiar, así como de la violencia humana familiar, se puede pasar a la violencia en contra de los animales de compañía (Monsalve, et. al., 2017).
Ahora bien, estamos mirando hacia el lado incorrecto si creemos que debemos mermar la violencia hacia los animales de compañía para evitar la violencia hacia los humanos (también de compañía...). Intervenir a favor del bienestar y seguridad de los animales de compañía es un imperativo ético, no una condición hipotética, por decirlo en lenguaje kantiano. En palabras sencillas: no podemos promover una cultura del buen trato hacia los animales, como un mecanismo para prevenir la violencia social entre humanos. Pero sí estamos éticamente obligados a promover una cultura de la no agresión hacia los animales no humanos.
En Costa Rica, la tierra del “pura vida”, hemos potenciado una filosofía de la indiferencia: “no se meta en problemas ajenos”, “cada quien resuelve sus problemas”, “eso no es problema suyo”, reza la sabiduría popular. Esta filosofía la aplicamos no solo a la indiferencia ante el maltrato animal, sino también, ante el maltrato del mismo ser humano.
En el caso de los animales de compañía, principalmente perros y gatos, la violencia, maltrato y crueldad que experimentan, se intensifica por la moral o filosofía de la indiferencia por parte de los “vecinos”. Nuestra indiferencia ante el sufrimiento de los animales de compañía intensifica su condición de seres vulnerables. Un perro amarrado, sin alimento, sin agua, sin condiciones ambientales saludables, es un animal víctima de compañía humana. Es un ser vulnerable conviviendo con una familia agresora. Un perro amarrado no tiene capacidad para gestionar su propia libertad. Está sometido al capricho agresor de sus “amos”. Tiene que aceptar pasivamente la vida que le tocó vivir a manos de familias disfuncionales. Y aquí se presenta el factor indiferencia. Las personas que saben sobre esa condición violenta, y optan por el silencio y la indiferencia, son partícipes de esa crueldad. Cuando conocemos sobre estos casos y optamos por la indiferencia, participamos implícitamente de una agresión deliberada.
Un giro cultural a favor del buen trato hacia los animales no humanos es un fin en sí, no una condición para una mejor humanidad. El giro cultural consiste en educar sobre la condición de los animales no humanos, sobre la agresión deliberada que sufren cotidianamente por parte de muchas familias. Los animales de compañía se convierten en animales víctimas de compañía humana. La tenencia responsable de perros o gatos, por citar dos casos, debería ser fiscalizada. Podríamos promover una cultura de la vigilancia solidaria sobre la condición de los animales para garantizarles una existencia libre de crueldad por parte de familias con alguna disfuncionalidad o tendencia hacia la agresividad. Es decir, denunciar casos de violencia, crueldad, y abandono hacia animales de compañía, así como de otras categorías.
Nuestra moral no es superior, como tampoco nuestra inteligencia. Es solo un discurso antropocentrista y cultural que nos ha permitido someter a otras especies (y a nosotros mismos) a nuestra fuerza irracional. La relación entre violencia hacia los animales como una condición previa de la violencia hacia los propios humanos, no puede perder de vista lo más importante: que existe genuina violencia en sí misma hacia los animales no humanos.
Tenemos una gigantesca tarea por delante: educar nuestro comportamiento y trato hacia los animales que decidimos incorporar a nuestra vida, reconociendo su existencia propia, con necesidades físicas y emocionales, y no como meros objetos desechables no sintientes.
Pero la tarea es mucho mayor: una liberación animal. Esto cuenta con pocas condiciones de posibilidad, a juzgar por la cultura humana. No obstante, las pequeñas acciones individuales, provocarán un gran cambio en la condición vulnerable de muchos animales...
Fuentes mencionadas este artículo de opinión:
- Voltaire (2010). El filósofo ignorante. Fórcola
- Hoffer et. al. (2018). Violence in Animal Cruelty Offenders. Springer
- Pouydebat, E. (2017). Inteligencia animal. Plataforma editorial
- Monsalve, et. al. (2017). The connection between animal abuse and interpersonal violence: A review from the veterinary perspective. Research in Veterinary Science, 114, 18-26
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