Por Erick F. Salas Acuña,
Escuela de Idiomas y Ciencias Sociales.
El 14 de mayo se celebra otro año más de la muerte de Carmen Lyra, ocurrida en 1949 mientras se encontraba exiliada en México. Redescubrir su obra y pensamiento constituye una deuda que tenemos los costarricenses con esta mujer que realizó grandes aportes a la literatura, la educación y la política del país.
1.
En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
La oveja negra
Augusto Monterroso
El relato “La oveja negra” de Augusto Monterroso es una alegoría que aborda de manera irónica la relación entre la oficialidad y quienes, ya sea por su ideas o acciones, se convierten en “ovejas negras” para el poder hegemónico en un determinado momento histórico. La historia desenmascara la hipocresía de un sistema que fusila a sus detractores, para años más tarde reivindicarlos simbólicamente como meras figuras decorativas, una vez que hayan sido vaciadas de su contenido ideológico.
Sin duda, la historia retrata la experiencia de muchos intelectuales, artistas y activistas por los derechos humanos en Latinoamérica que han sido asesinados para eliminar la amenaza que suponían para los gobiernos de turno. Cuando no “fusilados”, como en el relato, otros han tenido que sufrir la censura o el exilio, que son otras maneras de coerción menos violentas, pero igual de efectivas.
Ambos mecanismos, sin embargo, buscan el mismo objetivo: excluir del imaginario social a una figura determinada, sino totalmente, por lo menos el tiempo suficiente como para que su protagonismo histórico sea olvidado o reducido a un mínimo indispensable. Hecho esto, es decir, desprovistos de aquello por lo que fueron señalados como “ovejas negras”, pueden entonces ser sometidos a procesos de “oficialización” a través de la creación, por ejemplo, de símbolos: una estatua para la contemplación artística de las nuevas generaciones, en el caso del texto de Monterroso; o la impresión de un rostro en una nueva familia de billetes, como ocurre con Carmen Lyra en Costa Rica.
Recordemos que la imagen del rostro de Carmen Lyra fue incluida en el nuevo billete de veinte mil colones que introdujera el Banco Central de Costa Rica en el 2010. Ante este evento, señala Ducca (2011): “La fotografía de Carmen Lyra puede inundar las calles del país. Su ideario no representa ya ningún peligro frente a una estructura política, jurídica y económica al servicio del gran capital costarricense y transnacional. `Ya la podemos sacralizar´, piensa el imaginario con tranquilidad.” (pág. 11)
2.
Carmen Lyra, seudónimo de María Isabel Carvajal, es una de las figuras más importantes del pensamiento costarricense. Además de maestra, escritora e intelectual, destaca por su compromiso con las luchas por los derechos de las poblaciones más desfavorecidas de su época.
Como maestra, impulsa la democratización de la educación, y como escritora sienta las bases para la construcción de una literatura social en el país: es una de las primeras escritoras en incorporar a la mujer costarricense como personaje central en sus relatos y plantear la necesidad de buscar relaciones más dignas y justas entre hombres y mujeres. En lo político, forja una trayectoria como activista, fundadora y dirigente de diversas iniciativas a favor de los derechos sociales y políticos de los costarricenses.
Su inteligencia, visión y valentía antagoniza con una sociedad patriarcal y conservadora que censura su juicio crítico, su falta de apego al mandato femenino de su tiempo, y su militancia con el Partido Comunista; ese que más tarde sería responsable de las grandes reformas sociales que aún rigen la Costa Rica del siglo XXI.
Por su condición de hija del natural, su inteligencia, su involucramiento político, pero, sobre todo, su condición de mujer inconforme con los mandatos de una sociedad patriarcal, Carmen Lyra fue considerada una figura que contravenía las creencias, costumbres, valores e instituciones de la Costa Rica liberal de principios del siglo XX (Rojas, y Ovares, 1995; Contreras y Villalobos, 2001; Arias, 2008; Quesada, 2008; Ducca, 2010, 2011; Rivera, 2010; Cubillo, 2011; Barahona, 2019). No en vano su destino estuvo marcado al final de su vida por el exilio a México en el año de 1948, luego de ser expulsada del país por el bando ganador de la Guerra Civil debido a sus nexos con el partido comunista, país en el que moriría un años después el 14 de mayo de 1949.
Luego de su muerte en el exilio, la oficialidad costarricense se encargaría de invisibilizar su legado político, al privilegiar su faceta como educadora y escritora de cuentos infantiles por sobre sus demás aportes. Desde entonces, su papel dentro del imaginario costarricense ha sido tratado como el de una oveja negra. Su obra, pensamiento y protagonismo histórico, invisibilizado por muchos años, hoy apenas sobrevive en la memoria colectiva como la escritora del libro de cuentos infantiles “Los cuentos de mi tía Pachita”. Si bien esta obra constituyó un aporte importante a la literatura nacional que merece ser reconocido, no hace justicia al aporte de esta costarricense, sobre todo en lo que respecta a su faceta más política.
Ducca (2011) ha sido una de las primeras autoras en referirse ampliamente a cómo la oficialidad costarricense ha despojado el carácter subversivo y analítico de la obra de Carmen Lyra para consagrarla como una imagen sobre todo maternal: maestra y escritora de cuentos infantiles. Si bien la oficialidad no pudo del todo desaparecer su legado, el olvido al que sometió su obra logró operar en el imaginario colectivo una especie de “purga ideológica” que redujo su figura a su faceta más inofensiva. Esta circunstancia ha permitido que en décadas más recientes su figura haya sido sometida a distintos mecanismos de oficialización sin que esto signifique una amenaza a los intereses del statu quo.
La Figura 1 muestra los principales reconocimientos otorgados a Carmen Lyra hasta la fecha. Nótese que, luego de su muerte (1949), hay un período de más de una década de silencio que corresponde con los años posteriores a la Guerra Civil (1948), y a la censura ejercida sobre su figura por los vencedores del conflicto armado. No es sino hasta la década del sesenta, cuando el interés por su trayectoria y obra empieza a ser recuperada gracias al trabajo de investigadores como Alfonso Chase.