La posverdad es un fenómeno social que se vive o se experimenta cotidianamente. Podemos ser partícipes de su elaboración racional, vivirla de forma consciente o inconsciente. Ambas posturas pueden tener un alcance social negativo.
El interés por crear una verdad, a partir de mentiras, es de antigua prosapia en política. En las conversaciones superficiales de la vida cotidiana, también brotan mentiras que se legitiman socialmente como verdaderas. Las sociedades hiperinfomadas potencian este fenómeno.
La vida cotidiana condensa interesantes epistemologías. Por ejemplo, la portentosa muletilla: “respeto tu opinión, pero no la comparto”. Es una forma lábil y antojadiza de aniquilar la opinión de otros cuando no se cuenta con argumentos bien sustentados sobre un tema. La locución se convierte en una trinchera, en un refugio.
Primero, no respetamos esa opinión. La rechazamos porque no se ajusta a nuestras preferencias emocionales o racionales. El rechazo, por lo general, no se acompaña de una buena argumentación. Segundo, es aceptable no compartir una opinión. Pero, es posible que rechacemos otras opiniones porque no encajan con nuestro dogmático sistema de creencias. No pocas veces, la intolerancia hacia otros es lo que realmente nos impulsa a rechazar sus ideas o planteamientos. Esta actitud aniquila la posibilidad de ampliar nuestros criterios racionales sobre un tema social.
La meta es rechazar otras opiniones. Lo menos relevante es si el otro tiene conocimientos o experticia sobre un tema: simplemente lo anulamos o lo invisibilizamos para no aceptar sus argumentos o puntos de vista. Seguidamente, buscamos nuestro gremio para deslegitimar esos planteamientos en la trinchera de la autocomplacencia. La opinión fundamentada pasa a ser solo una opinión desechable. Peso a ello, nos gusta hablar de pensamiento crítico…
El psicólogo y antropólogo estadunidense M. Tomasello (“A Natural History of Human Morality”, 2016), destaca la importancia de los socios colaborativos para construir lo que hoy sería parte de nuestra moral social. Los cambios en la ecología dificultaban obtener alimentos y los primeros humanos tuvieron que hacer alianzas con otros socios colaborativos, más allá de sus gremios, de lo contrario, morirían de inanición. Se crea la intencionalidad conjunta de actuar por un mismo fin. La empatía hacia otros surge como necesidad. La moral humana es el resultado de socios colaborativos.
Los socios colaborativos, sin embargo, pueden ser peligrosos. Tienen la capacidad de desplegar una intencionalidad conjunta para construir verdades sociales a partir de datos falsos. Se integran por maldad intencional, por temor o por beneficio parasitario. Muchas personas han sido víctimas de una mentira que un grupo de socios colaborativos diseñó como verdad. No pocas veces, estos socios se encuentran deliberando en un estrado sobre justicia social.
La verdad o falsedad se construye como narrativa y se relaciona con el dominio del poder social. Una sociedad domesticada consume estos discursos. Ciertos grupos tienen un notable interés en moldear una cierta realidad social a través de relatados legitimadores para generar posverdades. Con la posverdad se intenta moldear la percepción de las personas y orientarlas hacia una creencia negativa o positiva de un acontecimiento social o de una figura en particular. Se intenta normalizar una percepción a través de un discurso legitimador, donde la mentira es el instrumento.
Fowks señala (“Mecanismos de la posverdad”, 2018), que la producción de una mentira se podría originar únicamente en quienes se relacionan con los intereses políticos o empresariales y tienen un particular interés en difundir noticias masivas de gran alcance social. Se trata de los “generadores no profesionales de noticias”, que podrían formar parte de grupos de interés que pueden desatar desinformación, manipulación y el surgimiento de posverdades. Pero, enfatiza, esto no sucede con los periodistas. Parece que los periodistas dicen la verdad.
La prensa mundial es también un instrumento que sirve para crear verdades sociales que se lanzan a la calle blindados con cierta pintura moralizadora. La prensa relativiza la ética profesional cuando ha intentado defender intereses políticos que redundan en una estructura de colaboración recíproca. Es dudoso considerar que solo la prensa no experimenta el sesgo de la interpretación y valoración de un hecho social. El sesgo de la interpretación y valoración personal de los hechos sociales siempre está presente. Es imposible: todos tenemos esquemas mentales que condicionan la forma como percibimos la realidad social. De no ser así, experimentaríamos una fenomenología pura, una entelequia descriptiva de la realidad social tal cual es. Sin embargo, más allá del sesgo, el problema prístino del asunto es cuando deliberadamente se diseña una mentira o se falsea una noticia.
En las narrativas sociales existen ciertos grupos o estructuras colaborativas que intentan construir verdades. Se hace desde muchos flancos: desde la escritura profesional, la propagación de memes, la elaboración de noticias falsas, la creación de contenido multimedia, hasta la implementación de la más antigua tecnología lingüística: el chisme.
El chisme es un instrumento generador de verdades sociales. Surge gracias a la encomiable labor de socios colaborativos que intercambian agudos razonamientos en los pasillos del fauno para crear verdades sociales. Esa aguda efervescencia neuronal produce la sinapsis del chisme. Luego de estas profusas deliberaciones cartesianas, deviene el orgasmo patológico de la mediocridad colaborativa: difamar, denigrar, ridiculizar… etc. El fin es atacar personas.
El chisme y la mentira conviven. De un entretenimiento pasivo, la mentira pasa a ser una verdad socialmente aceptada. El chisme crea verdades a través de mentiras bien diseñadas. A nivel profesional, el chisme se diseña a través de la prensa escrita y programas televisivos de bajo contenido intelectual.
El filósofo francés, de origen argelino, J. Derrida (“Historia de la mentira, prolegómenos”, 1995) plantea que la mentira “puede cambiar la experiencia social”. Este planteamiento cobra especial interés en la propaganda política y geopolítica, especialmente, en la propaganda de los sectores que intentan silenciar o megafonear intereses particulares. La mentira expresa parcialmente la realidad del mundo.
El objetivo de la mentira es la verdad. Desde esta lógica se ataca a ciertas figuras o estructuras institucionales. Cuando el parloteo cotidiano y el chisme profesional toman fuerza a través de los diferentes mecanismos de comunicación social, se empiezan a gestar verdades colectivas a fuerza de falsedad. Los socios colaborativos que diseñan mentiras cuentan la parte que quieren exhibir al mundo social como verdadera. Narran al mundo la verdad que se ajusta a sus intereses comerciales. Finalmente, la mentira sirve para arruinar la moral de otros y su reputación.
Hay una industria de la narración que manipula el pensamiento social a través de mentiras bien diseñadas y crea cierta cognición social generalizada. Se vende la idea de que ciertas fuentes son portadoras de la verdad. Las víctimas de esta estrategia son las personas que repiten lugares comunes sin someter a escrutinio sus razonamientos. Se convierten en instrumentos ingenuos de los socios colaborativos que diseñan posverdades.