“¡Bendito sea Dios, hay que seguir!”, dice Ana Cecilia Jiménez, más agradecida por tener a sus cinco hijos con vida que preocupada por dónde vivirán después de que el temporal se les llevó la casa.
Para Ana Cecilia y sus hijos, el dolor de haber perdido su vivienda aún no se siente. Sus mentes divagan entre el impacto emocional de una experiencia aterradora, el agradecimiento por estar todos con vida y la incertidumbre del futuro.
Ellos vivían en Canet de San Marcos de Tarrazú, el mismo lugar donde ocurrió el fallecimiento de la pequeña de cinco años Sofia Sánchez Pereira [2] –la más jóven de las 11 víctimas mortales de la Tormenta Tropical Nate–.
Esa tragedia marca a la familia de Andrey Ureña Jiménez, estudiante de Ingeniería en Agronegocios del Tecnológico de Costa Rica (TEC) [3], aún más que la pérdida de la casa.
Doña Ana Cecilia no pierde la esperanza de que saldrán adelante, y en medio de la catástrofe encuentra motivos para sonreír, como el orgullo con el que recibió la noticia de que otro de sus hijos, Anthony, también aprobó el examen del TEC y podrá cumplir su sueño de estudiar Ingeniería Mecatrónica
No muy lejos, en Monterrey de Aserrí, Leticia Padilla –hermana de Ania Padilla, estudiante del TEC– y su esposo, Roger Cárdenas, solo le piden al cielo no estar presentes cuando la casa en la que criaron a su familia, y los recuerdos que alberga, termine de caer por el barranco.
Su caso se agrava pues además de su vivienda, la de los padres de Cárdenas y su hermano también quedaron inhabitables. Ellos aguardaban, en el colegio de la comunidad, por respuestas para reiniciar sus vidas.
En total, tres familias, parientes de estudiantes del Tecnológico, quedaron sin casa.
A los casos en Tarrazú y Aserrí, se suma el de la familia de la hija de Juan Borbón, estudiante de Ingeniería en Mantenimiento Industrial, en Playas del Coco, Carrillo de Guanacaste.