La Oficina de Comunicación y Mercadeo no toma como suyas, las opiniones vertidas en esta sección.
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Se acabó la semana en la que Costa Rica conmemora su Independencia. Se fueron los cinco días al año que envuelven al 15 de septiembre como una fecha histórica y que llenan de orgullo al ser costarricense precisamente por su nacionalidad.
Desfiles con bandas, comidas tradicionales en nuestras mesas y alegres notas de marimba son parte infaltable de la llamada “fiesta patria”. Los más religiosos agradecen a Dios por ser ticos, mientras los más fiesteros hacen lo propio en celebración de lo mismo: nacer y vivir en la “Suiza centroamericana”.
También están las personas que derraman lágrimas de emoción al escuchar el Himno Nacional y al entonar la Patriótica Costarricense (talvez ignorando el origen cubano de esta última, pero ese no es el punto en esta nota).
En fin: ¡el número de emociones es incalculable!
No obstante, y como es usual en la vida, los niveles de adrenalina bajan drásticamente después de llegar a un clímax.
Los propios desfiles y la patriótica gente que los frecuenta, dejan tras su paso las calles repletas de basura. Mientras tanto en las casas, los adornos de moda se preparan para convertirse en solamente viejos trozos de material inerte que cuelga de los portones y paredes durante semanas.
De esa y mil maneras más, nos damos cuenta de que realmente ese patriotismo podría ponerse en un cono de helado y venderse en la “pulpe” una vez al año como “el sabor de la semana”.
Si una persona es patriota se supondría que daría mucho por el bien de su nación. Cantar el Himno es motivante, bailar el Caballito Nicoyano es divertido y comerse un tamal es rico (para algunos). Pero definitivamente son cosas inútiles si se olvida el verdadero patriotismo: ese que genera beneficio y edifica a un país constantemente.
Con todo esto, no digo que celebrar la “Semana Cívica” o el “Mes Patrio” esté mal. De hecho, es de las fiestas que más disfruto cada año (excepto los desfiles porque los hacen en las horas de la más cancerígena radiación ultravioleta). Me parece correcto tener una época especial para llegar a un éxtasis en el festejo de la cultura autóctona y orgullo nacionalista.
Lo que resulta nefasto es solamente defender, querer y adorar a nuestra patria por un día o una semana al año.
Así que ya lo sabemos: no dejemos que el descuido le robe el color a las banderas con las que adornamos nuestra casa. No tiremos basura en las calles del país que amamos. No sobreutilicemos ni desperdiciemos los recursos que nuestra querida nación nos regala, ni maltratemos a los seres vivos que habitan bajo el límpido azul de su cielo.
No seamos patriotas de cinco días.